Me refiero al interesante artículo del Ing. Walter Quirós, (“¿Maíz criollo versus transgénico?”, LaNación 16/2/2013) de la Comisión Nacional de Recursos Genéticos y de la Comisión Nacional de Bioseguridad (CTNBio) que recientemente aprobó la siembra de poco menos de una hectárea de maíz transgénico.
Él dice que solo el 7% del área de maíz blanco que se siembra en el país proviene de semilla de maíz conservada por el agricultor, incluyendo variedades criollas. Al respecto, aquí el tema no es el área sino la gente, cientos de pequeños agricultores que siembran, preservan e intercambian semillas de maíces blancos, amarillos y morados, conservando y aumentando una gran biodiversidad genética que tiene un enorme valor agrícola.
La mejor manera de conservar este recurso genético es que los mismos agricultores lo siembren, utilicen y multipliquen. El maíz criollo tiene también un gran valor cultural, pues es un cultivo indígena de nuestro país (no originario, que es un concepto diferente referido al origen evolutivo) ligado a una rica tradición culinaria, alimentaria, social y agrícola que ha llevado a una iniciativa para declararlo patrimonio cultural de Costa Rica.
La contaminación transgénica es incompatible con la preservación del carácter criollo y sus ventajas.
Insiste el autor en las bondades de los transgénicos:
1.Valor nutricional y adaptación al cambio climático. En estos temas, las aplicaciones son experimentales o su uso ha sido ínfimo, mientras que los genes criollos han contribuido por siglos al valor nutritivo del maíz y a su adaptación a muchas condiciones climáticas.
2.Reducción del uso de plaguicidas y mejor productividad. En la práctica el 99% del área de transgénicos es de plantas tolerantes al herbicida Roundup o resistentes a algunos insectos, por medio de genes bacterianos. Investigaciones que han analizado estos cultivos a lo largo de 15 años o más informan de uso indiscriminado de Roundup, desarrollo de malas hierbas resistentes y aumento en las aplicaciones de herbicidas; la siembra de grandes áreas de diferentes cultivos con el mismo gen de resistencia a insectos ha hecho que estos se vuelvan resistentes. Otros estudios indican que los rendimientos no han aumentado. Los agricultores de EE. UU. también resienten esta situación.
En todo caso, en el marco de la reciente decisión de la CTNBio, las anteriores “bondades” son irrelevantes ya que, por tratarse de un proyecto de la propia empresa biotecnológica para la multiplicación y reexportación de semilla transgénica esas “bondades” no beneficiarían al país.
Según el autor, la CTNBio aprobó la siembra porque consideró el riesgo “aceptable”, pues no hay riesgo cero. Es decir, hay riesgo y no hay certeza. En casos así, una decisión podría tener cuatro posibilidades: dos son aciertos (decidir con base en el supuesto que una situación va a ocurrir y que de hecho ocurra, y decidir sobre la base de que no va a ocurrir, y no ocurra) y dos son errores: 1. Decidir suponiendo que algo va a ocurrir, y que no suceda y 2. Decidir suponiendo que algo no va a ocurrir y que sí ocurra. Ahí deben evaluarse las consecuencias de una y otra decisión.
En este caso, si predecimos que va a ocurrir contaminación transgénica, y en la práctica no sucede, cometeríamos el primer tipo de error, sin consecuencias negativas, pues se trata de un proyecto sin beneficio para el país, solo para una empresa de por sí billonaria. Si predecimos que no va a haber contaminación transgénica y esta ocurre, sería el segundo tipo de error, el cual sí tendría consecuencias muy negativas para cientos de pequeños agricultores y para nuestro patrimonio biológico y cultural. Inexplicablemente, la CTNBio decidió apostarle a este último tipo de error, en beneficio... ¿de quién?