“¡Esencial Costa Rica!”, así vendemos nuestra imagen y qué lindo es cuando un extranjero reconoce el país por las bellezas que tenemos, por los bosques, las playas y la biodiversidad protegida por los parques nacionales. Pero ¿realmente estamos orgullosos de nuestro país? Yo no estoy tan seguro.
Hace unos días, navegando en mi Facebook, me encontré una publicación de la viceministra de Ambiente sobre la isla del Coco. Desafortunadamente, la publicación era acompañada por una fotografía de la isla Moorea, en la Polinesia Francesa. Unos días después, la página de Facebook de una revista científica costarricense, Revista de Biología Tropical, ilustró un artículo sobre la isla del Coco con la misma fotografía. Y así he tenido la desagradable experiencia de toparme esa misma imagen en varios videos y foros de turismo de Costa Rica.
Son publicaciones en redes sociales; un error lo comete cualquiera. Sin embargo, lo que me parece más preocupante es que si quien maneja nuestras áreas protegidas o en una revista costarricense reconocida internacionalmente no puedan identificar elementos básicos en la fotografía, como que la isla del Coco no está habitada más que por los guardaparques o que no tiene muelles, ¿podrá un costarricense promedio reconocer la isla?
Cultura general. Entiendo que no todos hemos tenido la oportunidad de visitar el Parque Nacional Isla del Coco; es lejos y el viaje costoso. Pero ¿es que acaso necesitamos viajar a París para reconocer la Torre Eiffel? De igual manera, como costarricenses deberíamos conocer un poco mejor un sitio que desde 1997 fue declarado patrimonio natural de la humanidad por la Unesco y catalogado una de las mejores áreas marinas protegidas del mundo.
Todos aprendimos en la escuela que los leones comen cebras y que estas comen plantas; que esta cadena alimentaria es como un triángulo donde hay muchos menos depredadores que presas. Sin embargo, en la isla del Coco las cosas funcionan diferente, hay más tiburones que los peces que consumen, por lo tanto, este sitio ha contribuido a cambiar la manera como entendemos las cadenas alimentarias en la naturaleza.
Tenemos increíbles ecosistemas en nuestro país, estudiados por científicos de todo el mundo. Y, aun así, nuestros niños y jóvenes siguen aprendiendo en las escuelas y los colegios con ejemplos de otros países y otros continentes. Siguen conociendo mejor a una jirafa africana que a un tiburón tigre costarricense.
El Ministerio de Educación Pública tiene diseñado, desde hace varios años, un programa de educación marina; sin embargo, está archivado en alguna oficina. Mientras tanto, la mayoría de los costarricenses siguen ignorando que Costa Rica es un país 10 veces más grande en el mar que en la tierra, que tenemos un domo térmico, que los corales se están muriendo o que los recursos pesqueros se están agotando. Y un caso similar pasa con la educación ambiental en general.
Muchos ejemplos. Decía Leonardo da Vinci que “cuanto más se conoce, más se ama”. Los costarricenses, en realidad, conocemos poco de nuestro país, por eso al principio decía que no creo que estemos orgullosos de él. El caso de la isla del Coco es solo un ejemplo, pero así hay muchos más.
Costa Rica, aunque con muchas fallas y un largo camino por andar, posee un buen sistema de áreas protegidas. Tenemos casos exitosos de conservación que son ejemplo para el mundo. Vendemos muy bien eso a los turistas, pero no a los mismos costarricenses.
Debemos fortalecer la educación ambiental en primaria y secundaria. Los más grandecitos deberíamos, por cuenta propia, interesarnos más en conocer nuestro país y sus recursos naturales. Que nuestro conocimiento de los parques nacionales no se limite a un selfi con los monos o las playas de Manuel Antonio. Somos mucho más que eso.
El autor es biólogo marino.