Si queremos a los mejores, tenemos que pagarles como tales. En eso estamos de acuerdo. Yo quiero los mejores educadores, los mejores policías, los mejores profesionales de la salud y un largo etcétera.
Pero no hay plata, eso nos lo vienen diciendo desde hace rato. Nos toca a cada uno sacrificarnos un poquito para subsistir todos, como lo exige el contrato social implícitamente firmado al nacer en esta tierra.
Mientras tanto, los mejores conviven con los mediocres y los peores, con la esperanza puesta en un futuro incierto; mientras esperan que se afinen las herramientas de evaluación para poder distinguirlos del resto; mientras mantienen su esfuerzo, sin enfocarse en el dinero que no está, sino en el bien colectivo que resulta invaluable. Porque así son los mejores que tanto necesita la patria.
Pero también es cierto que necesitan comer, necesitan pagar los recibos en este país cada vez más caro y que la suma de las deudas y nuevas obligaciones, en muchos casos, se hacen ya insostenibles.
Se nos ocurrió empezar compensando a los que mandan para asegurar que sean los mejores, como si fuera una aristocracia (que literalmente significa “el gobierno de los mejores”), pero no lo es.
Se supone, todavía, que es el gobierno del pueblo, un pueblo que aguanta, hasta cierto punto, mientras la yunta vaya pareja. Pero cuando unos exigen sacrificio sin dar lo mismo, la sensación de injusticia se apodera de muchos y empieza a flaquear el sentido de compromiso.
Todos en el mismo barco, en efecto, pero no todos remando o, al menos, no todos remando con la misma hambre. Y como en las fábulas de las guerras que nos resultan lejanas, los soldados dan la pelea mientras los generales se llenan de medallas.
“Todos somos iguales —escribió George Orwell—, pero algunos son más iguales que otros”, y eso también genera corrupción, no de la que castigan las leyes, sino según su etimología, porque estamos rompiendo algo, estamos echando a perder la confianza y la fuerza de voluntad que tanto cuesta construir.
Mientras tanto, desde mi trinchera, me toca decirle a la gente que hay que seguir poniéndoles el pecho a las balas sin la compensación debida, que no acepten cuestionables ofertas aunque el dinero no les alcance para acabar la quincena y que no se fijen en aquellos que solo entran en el juego de la democracia si ven buen dinero.
Porque estos, los que siguen creyendo y echando para adelante pese a todo, educando, protegiendo, sanando, cocinando, sirviendo, recogiendo basura, sembrando... todos estos que no se rinden, aunque sus ingresos reales se han visto reducidos durante los últimos años, siguen siendo mejores que aquellos.
El autor es psicólogo.