«Siempre habrá un mañana», suena evidente. Y lo es física y temporalmente; sin embargo, la frase es insuficiente cuando se contrasta con los millones de realidades distintas que estas cuatro simples palabras representan para cada costarricense.
Para unos, el mañana es despertar en una vida acomodada, donde la decisión más notable del día es qué vestir o adónde ir a tomarse un café.
Para otros, significa un día más en una situación insufrible, ya sea por una dolencia o por vivir en un estado de pobreza extrema.
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Siempre habrá un mañana, aunque a veces en ese mañana no haya salud, no haya trabajo o no haya qué comer. Siempre habrá un mañana, pero no es el mismo para todos.
En consecuencia, existe la necesidad de mostrar empatía en estos momentos tan difíciles para el país y para el resto del mundo. Muchos perdieron la fe en las autoridades e, independientemente de dónde nos ubiquemos en el espectro de la pandemia (en el extremo negacionista o el más alarmista), es preciso ponernos en los zapatos del otro.
Pero aparte de ponernos en esos zapatos, bien haríamos en tender una mano a quien la necesita. Más allá de toda acción gubernamental, en este momento es cuando más nos necesitamos como sociedad. Como dice la frase popular, es en estos momentos en que se ve «de qué estamos hechos».
En los primeros meses de la pandemia, escribí, con la mejor intención del mundo, en una red social dedicada a enlaces laborales, que si alguien había perdido su trabajo contara conmigo para recomendarlo o hacer lo que estuviera en mis manos para ayudarle a encontrar un puesto. Muchas personas celebraron y admiraron mi mensaje, y yo me sentí muy bien conmigo mismo, pero de ahí no pasé.
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Si alguien me pedía que lo recomendara, con gusto escribía unas palabras en su perfil, lo cual no me tomaba ni cinco minutos. Pero ¿realmente era suficiente? Hoy, enfrentando la situación de muchas de esas personas que no tienen trabajo o están a punto de perderlo, me doy cuenta de que la empatía es un ejercicio que debe ir más allá de interiorizar la situación de un prójimo y sentirse mal o bien por él.
Honestamente puedo decirles que no hay peores frases para una persona que está buscando que oír «tranquila, ahorita encuentra algo» o «con su currículo, ya tiene trabajo asegurado».
No es así. Por eso, hay que ser empáticos e ir más allá. Hacer algo es ayudar realmente. Las palabras en una red social son pasajeras e inútiles. Todos conocemos a alguien, todos somos capaces de conectar a quien ofrece algo (un producto, un servicio) con otro que lo necesite. Esta es la definición más burda; sin embargo, es la realidad del libre mercado, y funciona. Ha funcionado a lo largo de los siglos y seguirá funcionando.
En un país donde la quinta parte de la población vive por debajo de la línea de pobreza, donde cientos de miles de personas no tienen una forma de procurarse el sustento, donde el mañana representa en lugar de esperanza, desesperación o frustración, debemos pensar —realmente pensar— cuánto estamos dispuestos a que ese mañana sea el mejor posible para todos. Y, con ese pensamiento, actuar.
Utilizando otra frase de cajón, que carga mucha verdad, «hoy por ti, mañana por mí».
El autor es abogado.