A propósito del simposio Laudato si de la Fundación Ratzinger, que tuvo lugar en el país recientemente, considero de vital importancia ahondar en las raíces antropológicas que presenta la carta encíclica del papa Francisco. La visión del Pontífice es un acercamiento al comportamiento de la sociedad contemporánea, perspectiva que comparte con el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y que expone en su obra Vida de consumo.
El consumismo desenfrenado, como lo llama Francisco, ha provocado dentro de la sociedad un cambio en el pensamiento y en la forma de vivir y de convivir, empezando con lo que Bauman llama una “cosificación” de las personas. Estas pasan de ser consumidoras a objeto consumido, porque para poder transformarse en sujeto es necesario hacerse primero producto.
Ante este pensamiento, se puede negar la existencia del otro; cada cual es “la persona” rodeada de muchos objetos vivos e inertes que están a su plena disposición con el único propósito de complacer. Así lo afirma Francisco en su carta encíclica: “Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales y todo lo demás se vuelve relativo”.
A esto se le suma que la manera como se percibe el tiempo ha variado desde la entrada de la era consumista. Con el consumismo, llegó el tiempo puntillista, es decir, no existe la continuidad ni concatenación de hechos, cada instante, cada momento, es un big bang creado para sí mismo.
Por esto, el consumidor debe buscar la felicidad en ese instante. De esta manera lo describe Bauman: “El valor característico de la sociedad de consumidores, el valor supremo frente al cual todos los demás deben justificar su peso, es una vida feliz. Y más, la sociedad de consumidores es quizás la única en la historia humana que promete la felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora y en todos los ahoras siguientes, es decir, felicidad instantánea y perpetua”.
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Cara factura. La casa común, nuestro planeta, es la que paga la factura de esta concepción consumista del tiempo. El Papa explica de amplia manera cómo la contaminación del medioambiente hunde sus raíces en la sociedad consumista; esto sería, en palabras de Bauman, un daño colateral de esta sociedad.
El consumista desenfrenado, cuya mente está marcada por el tiempo puntillista y solo piensa en buscar la plenitud en la novedad de cada instante, comprará un celular nuevo cada vez que actualicen el anterior; esto implica que el aparato viejo, aun cuando esté todavía funcionando, es desechado.
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Ahora, si se multiplica esta actitud por las miles y miles de personas consumistas, y no solo tomando en cuenta los celulares, sino también el sinnúmero de objetos que son “necesarios” para la vida cotidiana, el impacto para el planeta es enorme, tanto por los desechos generados, muchas veces no tratados como se deben, como en el desgaste que sufre el ambiente para que sean producidos. Esto se traduce en creación de minas, tala de árboles, despilfarro de agua y otros procesos nocivos para el ambiente.
Para ambos autores, el consumismo envuelve a la sociedad en un círculo vicioso, en el que, en palabras del Papa, “las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, y acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir”.
Es decir, parafraseando a Descartes, “compro, por lo tanto existo”. A este proceso es inherente lo que Francisco nombra la cultura del descarte. Se descarta y discrimina todo aquel que es incapaz de producir y de consumir, ya que, según Bauman, refiriéndose a estos que él llama infraclase, la soberanía sobre los demás se define sobre la prerrogativa de descartar y excluir, dejando de lado la categoría de gente a quien se aplica la ley negándole o retirándole su aplicación. Discriminando a sus semejantes, el corazón del ser humano se vacía más y más; por ende, más consume y, en consecuencia, más descarta.
Zygmunt Bauman y Francisco presentan la realidad de una sociedad que camina a ciegas, que busca su placer y felicidad en adquirir y desechar, alienada, haciéndose incapaz de preocuparse de sus semejantes y, mucho menos, de su ambiente.
A pesar de esto, los autores desean abrir los ojos de quienes lean sus obras, de modo que, al “mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad”, como afirma Francisco.
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El autor es químico.