Las librerías son establecimientos comerciales que guardan una relación de gran importancia con la vida cultural de una ciudad. Especialmente, si tienen en el libro su principal artículo y están atendidas por vendedores entendidos en tan especial producto; y, además de ello, conocedores y capaces de asesorar a los lectores que acuden a ellas en busca de material para sus sueños.
Cuando esto último se da, las librerías suelen ser mucho más que un simple negocio, un lugar de reunión y discusión sobre toda clase de temas relacionados con la cultura, en su más amplio sentido.
En este artículo, centraré la atención —haciendo un esfuerzo por recordar— en las librerías situadas a lo largo de la avenida central y sectores no muy alejados de ella. Además, me limitaré en el tiempo a dos décadas: finales de los cuarenta y toda la de los cincuenta. Ambas están relacionadas con los últimos años de mi infancia y los de plena adolescencia, cuando floreció en mí la querencia por los libros.
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Situémonos, entonces, en Chelles, popular cantina que, entonces, creíamos que sería eterna. Si caminamos casi tres cuadras hacia el sur, encontramos la primera librería, la Panamericana, en la confluencia del paseo de los Estudiantes con la avenida 4.
Volviendo a Chelles y caminando hacia el oeste hasta la calle 7, cuadra y media hacia el norte localizamos cerca del parque Morazán la pequeña librería (¿su nombre?) que regentaba don Joaquín García Monge.
De nuevo, en la avenida central, continuamos hasta la calle 3, esquina, frente al Gran Hotel Costa Rica: la librería López. Cuadra y media hacia el norte, a la izquierda otra, pequeña: la Watson. Otra vez sobre la avenida, entre calles 1 y 3, la librería Lehmann y al extremo, la Española; luego, en la cuadra siguiente, la Universal que, por mucho tiempo, estuvo enfrente del local actual y en un edificio bajo y sencillo. Un poco más al oeste, en la siguiente cuadra, la Trejos, la cual años después tuvo su último local bajando la conocida Cuesta de Moras.
La última librería que recuerdo (no el nombre) estaba situada en los bajos del Teatro Raventós (hoy, Melico Salazar); y estaba atendida por un exiliado catalán muy serio, pero muy entendido en libros, de apellido Antich; años después, la librería se trasladó al costado oeste del parque central, al lado del famoso El Sesteo.
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¿Alguien recuerda dónde quedaba la Noboa? Yo no. Pero en ella compré un libro que leí entonces de cabo a rabo y me sedujo: «El retrato de Dorian Gray», de Oscar Wilde.
Se trata de uno de los muchos que compré en esos años de la colección Biblioteca Mundial Sopena. Ocurre que siempre he fechado mis libros con el día de la compra y conservado o anotado su precio. Y hoy casi me caigo al leer fecha (14/4/55) y precio: para mis modestos bolsillos de ayer su costo era de la entonces alta suma de… un colón con cincuenta céntimos. ¡Ah, tiempos aquellos, cuando el colón era el colón!
El autor es ensayista.