He escuchado, en forma reiterada, una verdad que, como el sol, no se puede ocultar con un dedo: tenemos muchas leyes, pero por nuestra idiosincrasia no se hacen cumplir.
Somos un país plagado de leyes que enmarañan todo nuestro sistema jurídico y debilitan el ejercicio democrático de todos los habitantes.
Para muestra un botón. Pasamos años discutiendo la indebida interpretación de la ley de tránsito, en cuanto a las multas sobre el parqueo de vehículos en zonas prohibidas. Hicimos el ridículo ante el mundo porque nuestras calles estaban abarrotadas de vehículos mal estacionados, que agravaban la insuficiencia de infraestructura vial que tanto nos afecta.
Finalmente se aprobó la reforma, y como escribí en un artículo en el Semanario Universidad, fue mal interpretada y los inspectores se dedicaron a bajar placas, como si esa fuera la solución más práctica.
Como siempre, ya bajó la euforia, y, otra vez, pululan los vehículos mal estacionados por todas partes y con total impunidad. Ingenuamente, pensé que por primera vez los gendarmes de la Policía de Tránsito y de las municipales iban a poner orden. ¡Nada más alejado de la realidad!
Mal endémico. En una mezcla de hilaridad y enojo, me percato de como siguen abarrotadas las zonas amarillas con vehículos mal parqueados; los furgones y los carros a la venta pululan en las zonas aledañas a las carreteras (propiedad del Estado) y en un sinfín de casos las cosas siguen igual o peor que antes. Se pregunta uno, entonces, ¿para qué leyes?
Me llama la atención, por poner un ejemplo, lo intransitable que resultan los centros cantonales y cómo a vista y paciencia de inspectores de tránsito las calles son abarrotadas de vehículos que imposibilitan el tráfico fluido, con el consecuente barullo que ello implica.
Me refiero al caso de Moravia, donde el semáforo en la esquina noreste de la iglesia resulta disfuncional porque tanto avenida como calle, cuando mucho, solo permiten el paso de un carril de vehículos y los demás carriles son obstruidos por autos mal estacionados.
¡Qué no decir de otros cantones como Guadalupe, Coronado, Montes de Oca, Desamparados, así como otras cabeceras cantonales y capitales provinciales!
Reciclaje. En otro orden de cosas, hemos recibido la buena, aunque insuficiente, noticia de que en barrio Escalante los vecinos, la Fundación MarViva y el Municipio capitalino van a ejecutar un plan piloto para restringir el uso de plásticos desechables (La Nación, 28/2/18).
No hay duda de la buena intención de estos grupos, así como la loable política de empresas como Auto Mercado y Walmart, que fomentan el uso de bolsas reciclables. Aplaudo la idea, pero… ¡Sí, siempre hay un gran “pero”!
¿Por qué el Estado no ha tomado, desde hace mucho tiempo, cartas claras en el asunto? ¿Son tantos los intereses comerciales y económicos que atentan contra la seguridad ciudadana de vivir en ambientes libres de la fatal contaminación plástica? ¿Qué espera el Estado, sea por decreto ejecutivo o por ley, para prohibir el uso de empaques, envases y botellas no retornables? O de otra forma, obligar a las empresas a darles un mayor valor residual, que haga atractivo para las clases necesitadas la recuperación de esos materiales, y de verdad reciclarlos en un alto porcentaje, cercano al 100 %, y no como ahora, que solo se recicla un 2 %.
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Esto es un negocio brillante, del que solo se están aprovechando unos pocos. ¿Cuáles? Por un lado, los fabricantes de plásticos, como Yanber, que inescrupulosamente contaminan el ambiente, además de sus cuestionados créditos con la banca nacional.
Por otro lado, las recicladoras, que son pocas, con métodos empíricos y ayunos de alta tecnología, ¿por qué no diseñan un plan nacional de rescate del medioambiente, con políticas claras de uso de los plásticos, de acopio de los materiales, de su reutilización, de enseñanza en escuelas y colegios y de sanción a quienes contaminen el ambiente?
Sobre temas como estos quisiera conocer la posición de los candidatos a la presidencia de la República, y no sobre el vacío discurso sobre asuntos que ya asfixian nuestro raciocinio.
El autor es profesor jubilado.