Assy llegó a la pulpería, que también era cantina, se dirigió lentamente a la rocola, sacó unas monedas de su bolsillo, las introdujo en la ranura, oprimió el teclado y escogió algunas canciones.
La música, de alegres notas, invadió el entorno. Assy empezó a bailar. Bailaba solo, al ritmo de las piezas musicales, moviendo alegremente sus pies y agitando ágilmente sus brazos; de esa manera, lo hacía por largo tiempo.
Viéndolo bailar, me recordaba a Zorba el Griego, personaje de la película magistralmente interpretada por el extraordinario actor de origen mexicano, que se consagró en el cine estadounidense, Anthony Quinn; Zorba el Griego, danzaba para digerir sus penas.
Assy era de mediana estatura, flaco, de mirada triste, piel oscura, cabello ensortijado; llegaba al pueblo todos los años para la época de la recolección de café.
Cuando era niño, vivía en La Calle de las Negras con su madre Amalia, una señora bondadosa y de piel oscura, de cabello rizado como su hijo. En esa casa también vivía Miss Thomas, probablemente tía de Assy, quien usaba amplias y floreadas enaguas y un sombrero de ala ancha, siempre con una sonrisa en sus labios.
Creo que alguien más del género masculino formaba parte del grupo familiar, pero mi memoria, por mi corta edad en aquel entonces, es difusa e imprecisa.
Se marcharon pronto de Juan Viñas porque nunca vi a Assy en la escuela. Ellos conformaban la única familia afrodescendiente de la localidad; no obstante, la corta permanencia en el pueblo, su recuerdo se proyecta en la memoria de la comunidad, pues la calle donde habitaban todavía lo vecinos le llaman La Calle de las Negras.
Trabajo temporal. Durante varios años, en la década de los sesenta, Assy llegaba puntualmente al pueblito para la recolección de café.
Posiblemente se hospedaba en la humilde casa de algún trabajador de la hacienda, tal vez en el barrio La Maravilla. Recuerdo que, religiosamente, por las tardes, generalmente lluviosas por esos meses, subía al pueblo y cumplía con su costumbre como un ritual, de visitar la pulpería, con el exclusivo propósito de dirigirse lentamente a la rocola y luego de depositar unas monedas, siempre solitario y con sus ojos tristes, procedía a bailar durante largo rato: bailaba y bailaba sin descanso.
Posiblemente era una forma de mitigar sus penas; así elevaba su espíritu, siempre al rítmico compás de la música, al igual que lo hacía Zorba el Griego.
Pasaron los años, no volví a saber nada de Assy, es posible que haya fallecido o tal vez aún viva, con muchos años encima. De lo que sí estoy seguro es que, si se ha marchado ya, está en el cielo, bailando, porque bailar es una forma de agradecer al Creador los dones que nos otorga a lo largo de nuestra vida.
Assy fue una valiosa enseñanza porque siempre hay tiempo para liberar el espíritu y encontrar el sentido de la vida, aun en medio de las tensas actividades diarias.
De vez en cuando es necesario volver la mirada a lo interno, y danzar y danzar, al menos con la imaginación, y ¿por qué no?, danzar para alcanzar un sueño, para nosotros o los demás.
El autor es abogado.