La universidad ante el desafío del cambio

Un baño de realidad haría bien a muchos estratos universitarios para corregir el rumbo.

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Las universidades tienen su origen en el medioevo y se enfrentan en la actualidad a enormes retos, quizás los más trascendentales de los últimos siglos. La Cuarta Revolución Industrial exige que la universidad sea protagonista. No solo es necesario la formación de aprendientes sólidos en su área de estudio, sino también responsables de sus decisiones, solidarios con sus semejantes y su entorno, poseedores de una cultura identitaria de enfoque planetario, sin perder jamás de vista su cultura local.

Enfrentar de manera eficaz la globalización y la mundialización de la información es un enorme desafío. La posibilidad de que el conocimiento se duplique cada cuatro o cinco años entraña un problema de pertinencia y actualidad. Esto implica que cuando el estudiante se gradúa, habrá otro tanto de saber nuevo en su área de estudio y la obtención de un título no le asegura un cheque en blanco.

Los títulos y el saber caducan rápidamente. El conocimiento dejó de ser producido únicamente por las universidades, los sistemas de educación formal están siendo amenazados por otros canales de información más rápidos e innovadores. Esto es maravilloso, pero hace emerger desafíos colosales.

En el contexto moderno, han surgido, con especial vigor, sistemas abiertos de educación, miles de nuevas profesiones surgidas en la última década gracias a los avances tecnológicos han tomado por sorpresa a muchas universidades. Por su parte, cientos de profesiones dejarán de existir en poco tiempo o perderán su pertinencia.

Reacción del mercado. Ante la lentitud en las respuestas que han ofrecido la mayoría de las universidades a esos cambios, la sociedad y el mercado laboral han reaccionado de distintas formas. Una de ellas es la propagación de modelos de certificación, muchos al margen de las universidades, y el avance de las competencias (duras y blandas) para formar más rápidamente cuadros de nuevos profesionales y en forma especializada.

Por su parte, la virtualización de programas suma ansiedades epistémicas, ya que supone calidad, y cómo acreditarla adecuadamente ha impulsado otra tendencia cada vez mayor: las agencias de acreditación. Se podría pensar que son demasiados retos juntos. Para colmo de males, muchas universidades no han respondido con sentido de oportunidad a los cambios que la sociedad y la tecnología les exige. Ortega y Gasset afirmaba que: “Producir cambios en las universidades es como remover cementerios”.

El centralismo en la gestión universitaria ha sido históricamente una característica inherente a Latinoamérica, y Costa Rica no escapa a ello. De las cinco universidades públicas existentes, la de Costa Rica, la Nacional y el Instituto Tecnológico concentran más del 80 % de su presupuesto en sus sedes centrales.

Aunque en la última década se ha venido avanzando hacia una mayor regionalización universitaria, el esfuerzo sigue siendo insuficiente. Es necesario hacer hincapié en que cuando se habla de regionalizar no nos referimos solo a trasladar programas modestos de docencia y cursos a las zonas periféricas para presumir algunas estadísticas, sino a acciones vigorosas en docencia, investigación, extensión y acción social, con el compromiso de la misma calidad y oportunidades que se ofrecen en la metrópoli universitaria. Es necesario hacer esfuerzos robustos a favor de la regionalización universitaria como potenciador del desarrollo.

Algunos centros de estudios superiores están siendo cuestionadas por sus gastos, derechos de sus funcionarios que son tildados de “privilegios”, altos salarios y por inversiones en materia de infraestructura que parecen no ser esenciales para el desarrollo de la academia en el sentido más estricto.

También se les reclama su centralismo presupuestario, escasa rendición de cuentas y poca apertura. O las universidades se replantean algunas prácticas y acaban con algunos privilegios o los privilegios acabarán con ellas.

En la coyuntura actual, es necesario promover un debate sereno, neutral e integral de la realidad universitaria, donde la universidad pública, motor de la movilidad social, no pierda su esencia, su pertinencia ni su calidad.

Rodrigo Facio Brenes enfatizaba que la universidad es la conciencia lúcida de la patria. La encrucijada actual exige decisiones inteligentes. Hay prácticas y rumbos que deben ser modificados. Un baño de realidad haría bien a muchos estratos universitarios. El país necesita una universidad pública más lúcida que nunca.

El autor es decano en la sede del Pacífico de la Universidad técnica Nacional (UTN).