La naturaleza no es humana; más bien se perpetúa en una sublime indiferencia a lo humano. Me disgusta cuando deja de ser “madre” y se convierte en una incontrolable fuerza genocida. No he logrado comprender cuál es el propósito del mal que causa la violencia de un terremoto, de un sunami, de una tormenta, de una inundación. En estos meses recién pasados, hemos sido testigos del macabro espectáculo de una naturaleza inmisericorde. El rostro mismo del mal: fría, letal, implacable, indiferente al sufrimiento humano.
Hace unos años, se le preguntó al famoso filósofo de Princeton Cornel West: “¿Cuál es su principal proyecto filosófico?”. Respondió: “Creo que, fundamentalmente, tiene que ver con lidiar con el problema del mal”.
El mal existe pero no lo definen la razón ni la ciencia. ¿Cómo se investiga su origen? ¿De dónde viene el mal? ¿Existen realidades más allá de lo visible? ¿Tiene algo que ver con lo invisible?
En sus dos grandes libros, Dios en pie de guerra y Satanás y el problema del mal, el gran teólogo Gregory Boyd nos ha enseñado que la manera más poderosa de ver el mal en la época posmoderna es a través de la visión del mundo en guerra que se evidencia en las Escrituras. Para el autor, lo que anda mal en la búsqueda del origen del mal es que ha sido explorado desde la óptica de que existe una razón divina detrás de cada acto de maldad.
Para Boyd, el intenso materialismo actual y la orientación racionalista del Siglo de las Luces no nos ha permitido enfocar la realidad desde el punto de vista que nos ofrece la Biblia.
Batalla. Las Escrituras realzan la autoridad final de Dios sobre el mundo, pero enfatizan también, que agentes que Dios ha creado pueden resistir su voluntad y, de hecho, lo hacen. Describen a Dios en lucha para imponer su voluntad “así en la Tierra como en el cielo” (Mt 6:10).
La Biblia, lo mismo que la Iglesia postapostólica, asume que la creación está involucrada en el fuego cruzado de una batalla cósmica a lo largo del tiempo entre el bien y el mal. La Biblia asume, también, que en el curso de esta guerra, la vida en la Tierra se ve afectada.
El tema de Dios luchando por establecer su voluntad soberana (su reino) en la Tierra contra fuerzas que se le oponen, se hace mucho más pronunciado en el Nuevo Testamento, en el cual leemos más sobre ángeles en guerra contra Dios y contra otros ángeles, sobre demonios que atormentan personas y, más importante, sobre el poderoso Satanás que dirige su rebelión contra el Creador.
Para ser más específico, Satanás es personificado en el Nuevo Testamento como “el dios de este mundo” y como “el gobernador del mundo” (2 Cor 4:4; Eph 2:2, Jn 12:31; 14:30; 16:11). Es calificado como el que controla el mundo entero (Lk 4:6; Jn 5:19). Más que eso, es caracterizado, él y sus ejércitos, como agentes que tienen capacidades sobrenaturales de manipular masas, disminuir la fe de los seguidores de Dios y la capacidad de demonizar a las personas.
El ingrediente crucial para entender al diablo es comprender que el mal –el único mal real que existe– se origina en la voluntad de criaturas que usan, en contra de su mismo Creador, el libre albedrío que Dios les dio.
Agentes del mal. La mayoría de los autores bíblicos asumen la existencia de seres espirituales o cósmicos como intermediarios en el cosmos a pesar de la singularidad absoluta de Dios, el único ser eterno y su absoluta soberanía. Estos seres, llamados, variablemente, “dioses”, “ángeles”, “principados”, “poderes”, “demonios” u otros monstruos cósmicos, pueden, y de hecho libran, una guerra contra Dios, causan estragos en su creación y traen toda clase de males a la humanidad.
Con perfecta coherencia, Ireneo, en el siglo II, y otros “padres de la Iglesia postapostólica” afirman que el Creador es omnipotente aunque no siempre logra lo que quiere. Las cosas pueden salir mal, algunas veces muy mal, y cuando esto ocurre, los primeros padres de la Iglesia no buscan un origen en Dios para explicar el mal. Los ángeles malos actúan como agentes libres y ellos son, directamente, los responsables del mal.
Muchos filósofos y teólogos acostumbran hacer una distinción entre la maldad “moral” y la maldad “natural”. La maldad moral, para ellos, es el resultado de agentes libres y la otra maldad la ven como producto de causas “naturales”. Boyd niega esa distinción. La maldad “natural” como los terremotos, tormentas, inundaciones son también el resultado de agentes libres que practican su “maldad moral” en el ejercicio de su libre albedrío.
El teólogo Orígenes en el siglo II aclara que “el hambre, las pestes, todos estos desastres ‘naturales’ son la ‘ocupación propia de los demonios’”. De igual manera, otro padre de la Iglesia, Tertuliano, en el siglo II también, argumenta que “las enfermedades y otras grandes calamidades” son el resultado de demonios cuya “gran tarea es la ruina de la humanidad”
Agentes hostiles. Lo que no puede ser atribuido a la voluntad de agentes humanos debe ser atribuido, directamente o indirectamente, a la propia voluntad de los ángeles caídos. Si la naturaleza parece a menudo una zona de guerra, es porque, de hecho, es un zona de guerra y está significativamente ocupada y manejada por agentes hostiles.
Jesús entró en esta zona de guerra para establecer el reino de Dios en contra del ilegítimo reino del mal de Satanás. Su crucifixión y resurrección fue, sobre todo, el acto en el cual Dios conquistó, en principio, a su archienemigo. Pero la victoria de Dios no ha sido todavía completamente realizada en la Tierra.
La naturaleza, en su estado actual, dice Boyd, no es la que Dios creó. El “mal natural” como la enfermedad, las tormentas, las sequías, las inundaciones, los tornados y los terribles terremotos, toda la maldad, en última instancia, se deriva de la voluntad de fuerzas diabólicas.
El destructor terremoto de México del 19 de setiembre del 2017 ocurrió exactamente 32 años más tarde y el mismo día. “Asombrosa coincidencia”, la calificaron los medios. No obstante, puede no haber sido casualidad.
El autor es médico.