Durante mi infancia, todos los años en Semana Santa mis padres me llevaban al antiguo cine California a ver siempre la misma película, Los 10 mandamientos. La presentación tenía un “intermedio”, y yo lo esperaba con ansiedad para ir a hacer fila a la máquina expendedora de coca-colas, meter la moneda (presumo que eran 5 o 10 céntimos, tal vez una peseta), abrir la angosta puerta de vidrio y sacar el refresco frío. No se podía escoger, solo había coca-cola, en botella pequeñita. ¡Qué memorias y qué nostalgia!
Recientemente, encontré un sitio en Internet de una compañía “restauradora” de esas viejas máquinas de Coca-Cola. Hay muchas opciones de restauración, y pueden incluir la eliminación de herrumbre y pintura, reparación o sustitución por uno moderno del antiguo sistema de refrigeración, , incluso cambian los rieles internos y el sistema mecánico para adaptarla a las latas de coca-cola (o cualquier otra bebida) que en aquella época no existían.
Algunas de las opciones son reparaciones restauraciones legítimas. Las otras (como el cambio del sistema de refrigeración o mecánico) evidentemente son alteraciones de la máquina original, es decir, convierten el artefacto en algo que no era.
Los verdaderos coleccionistas de antigüedades, por supuesto, buscarán una máquina original, y solo permitirían las restauraciones estrictamente necesarias, pues saben que, de lo contrario, perdería todo su valor como reliquia.
¿Qué tiene que ver con el Teatro Nacional? El Teatro Nacional fue construido en el siglo XIX y es, sin cuestionamiento, la principal joya arquitectónica de Costa Rica. A lo largo de más de 120 años de existencia, se le han hecho las restauraciones que el paso del tiempo hicieron necesarias, respetando siempre el valor patrimonial. A pesar de esas acciones de conservación, el Teatro hoy es el mismo que terminó de construirse en 1897. La arquitectura, el arte, la mecánica teatral, la tramoya, las lunetas, las butacas.
Hace 12 años, más o menos, los administradores del Teatro y del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes iniciaron un proyecto que resultó infructuoso. Era necesario (y sigue siéndolo) dotarlo de un sistema contra incendios.
El plan original tenía un costo de aproximadamente $600.000 (más o menos $750.000 de hoy). Con el paso del tiempo, ha cambiado la administración varias veces y también el proyecto. Lo que se planteó originalmente como una necesidad real, urgente y limitada se convirtió en la “restauración” no deseada de la “máquina de Coca-Cola”.
El proyecto actual cuenta con un presupuesto de $31 millones (41 veces más de lo planeado originalmente), e incluye no solo el sistema contra incendios, sino también una serie de alteraciones que atentan directamente contra su valor patrimonial e histórico.
Si llegara a materializarse el proyecto actual, estarían tomando la máquina de Coca-Cola para colocarle un sistema de refrigeración moderno, rieles para expender latas, botones en lugar de palancas y un mecanismo para seleccionar la bebida. Muy bien, si lo que quieren es un teatro moderno.
Sin embargo, el conocedor coleccionista de antigüedades, que en materia de patrimonio es la Unesco, sabría distinguir entre una restauración necesaria y lo que realmente se haría: una intervención amplia, alteradora del valor patrimonial del Teatro.
Disposiciones. El Teatro Nacional no ha sido declarado patrimonio histórico de la humanidad, ni se ha iniciado el trámite formal para tal efecto. Sin embargo, ese ha sido el anhelo de diferentes funcionarios, jerarcas y las organizaciones privadas de interés público a lo largo de los años.
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El patrimonio de la humanidad está regulado por la Carta de Venecia, de la Unesco. Ahí se describen las limitadas tareas de restauración o conservación que se permite hacer en sitios que son patrimonio de la humanidad. De ejecutarse el proyecto actual, con su inflado presupuesto, se estaría convirtiendo el Teatro en un “falso histórico”, lo que haría virtualmente imposible iniciar y concluir el trámite ante la Unesco y así obtener la preciada declaración.
Señores jerarcas, muy respetuosamente, si quieren un teatro moderno, con sistemas automatizados, electrónicos, con un sistema de iluminación y sonido del siglo XXI, que no requiera tramoyista ni cuerdas ni poleas; si quieren un teatro donde se pueda presentar el Circo del Sol, por favor constrúyanlo, no devalúen sin sentido nuestra más valiosa joya arquitectónica y patrimonial.
El autor es abogado.