El nobel de literatura Mario Vargas Llosa, en su discurso de aceptación del Premio, profetizó un fenómeno político en América Latina. El peruano dijo: “Padecemos menos dictaduras que antaño, solo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua”. No se equivocó al predecir, en el 2010, un panorama que nos llena de espanto y horror, al ver a Venezuela y Nicaragua en el abismo de la tiranía, la barbarie y el totalitarismo.
Dictadura. Sí, hoy Nicaragua padece una dictadura, la de Ortega-Murillo. En menos de cuarenta años otro caudillo se entronizó en el poder al violentar la Constitución que le prohibía la reelección y es sostenido por la fuerza policial y militar.
Negar la razón al pueblo de Nicaragua que reclama el cese de la represión, justicia y democracia, es negar el respeto a la dignidad humana.
La creencia de que la alternabilidad en el ejercicio del poder debe ser la base de una sociedad democrática es irrenunciable. Ortega-Murillo no solo convirtieron a Nicaragua en un Estado de partido único, van sobre los rieles de creer que Nicaragua es de ellos y son los ungidos para gobernar para siempre.
Nadie se iba imaginar que ocho años después del discurso de Vargas Llosa, Nicaragua viviría el terrorismo estatal del gobierno. Su cruel represión ha dejado centenares de asesinatos –algunos considerados crímenes de lesa humanidad–, juicios políticos, exiliados y desaparecidos. Nicaragua tiene una vena abierta que solo cerrará cuando se den las elecciones para sacar al régimen del poder.
Radiografía. La mejor radiografía que se puede hacer de Nicaragua es simple, pero fastidiosa: no existe independencia de poderes, ni institucionalidad democrática; se violan sistemática los derechos humanos, se cercenan las libertades fundamentales, hay presos políticos, corrupción y enriquecimiento ilícito e impunidad para delincuentes de cuellos blancos, entre otras cosas. Es un gobierno al margen de la legalidad.
La juventud nicaragüense no solo trata de desterrar de nuestro quehacer político al actual régimen, se debe –y es irrenunciable hacerlo– cambiar ese patrón de confrontación entre el pueblo. La justicia no ha llegado para los más de 50.000 nicaragüenses asesinados durante la Revolución sandinista. La “década perdida” en Nicaragua sigue en la impunidad.
La justicia debe llegar a Nicaragua, no puede darse una negociación política al margen de esto. Estamos en una etapa de nuestra historia en donde no cabe aceptar alguna amnistía que deje en impunidad los crímenes de Estado. Ese es nuestro principal reto para refundar la República. Mi generación apuesta por conseguir ese cambio. Estamos a la altura moral para lograrlo.
El autor es un estudiante de Derecho nicaragüense en el exilio.
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