Debo repetir la preocupación que he externado otras veces, en estas mismas páginas, respecto al Consejo Superior de Educación (CSE).
Mi más reciente manifestación fue el 11 de marzo del 2013 en un artículo titulado “Reformas a la Ley del Consejo Superior de Educación” (http://www.nacion.com/archivo/Reformas-Ley-Consejo-Superior-Educacion_0_1328667287.htm).
El CSE fue creado mediante la ley No. 1362 y su mandato es garantizar la orientación y dirección de nuestro sistema educativo. En otras palabras, puede y debe iluminar la educación del país con una mirada de largo plazo, trascendiendo los cambios de los sucesivos Gobiernos. Tiene la tarea de velar por que la educación nacional supere los vaivenes que surgen con la política electoral y se convierta en una política de Estado. Juega, por lo tanto, un papel estratégico en garantizar una educación pública de calidad para Costa Rica.
Sin embargo, (y mi criterio es que por la forma en que está constituido), el CSE como órgano colegiado es una paradoja. En vez de ser ala del sistema educativo, es amarra; en vez de tener una visión larga, ve por los lentes del ministro o ministra de turno; en vez de trascender los cambios de gobierno, se acomoda a ellos.
La prueba más reciente de lo anterior es que, el pasado 29 de abril, el CSE aprobó un programa de estudio para el sistema educativo nacional y, el 5 de mayo, ratificó lo actuado. Imaginamos y confiamos en que la aprobación y ratificación estuvo basada en estudios rigurosos y criterios de personas expertas, con fundamentos teóricos, técnicos y contextuales sólidos. Por eso es incomprensible que, el 19 de mayo (nueve días hábiles después de la ratificación), el mismo CSE se desdiga y derogue lo aprobado y ratificado. La evolución, los cambios y la innovación son necesarios y bienvenidos. Pero es evidente que este no es el caso. Por el contrario, el mensaje que llega a quienes queremos ver fortalecida la educación pública es que el CSE no cumple con su mandato: en vez de orientar, desorienta.
Este no es el primer caso, ni es la excepción. Se ha convertido en algo usual. Lamentablemente, el CSE ha ido perdiendo su razón de ser. Parece que ha cambiado su misión de trascender la visión educativa por encima de presiones y oscilaciones coyunturales, para convertirse en una herramienta de legitimación de la agenda educativa del gobierno de turno.
Urge valorar la relación entre la necesidad y el costo de mantener el CSE, con el beneficio educativo y social que aporta. Si Costa Rica quiere ver que las acciones que se toman para mejorar la educación pública, realmente tengan impacto positivo, hay que liberar algunas ataduras estratégicas. El CS Educación, su pertinencia y trascendencia, es una de esas amarras que hay que soltar.