El grano de sal solo pervivirá si acepta diluirse en el agua, y renunciar a su identidad de corpúsculo. La gota de lluvia solo “comprará” la eternidad al precio de subsumirse en el océano del cual fuese alguna vez segregada (con lo cual, el ciclo vida-muerte-vida se presenta como un proceso de indistinción-individuación-indistinción: origen en la massa confusa de los alquimistas, segregación y reinmersión en el caos original).
El granito de sal o la gota de agua que no acepten renunciar a sus transitorias identidades no podrán renacer en el Todo.
El problema es que eso que “renace” no soy yo, Jacques Sagot. Ese tendrá que desintegrarse, ver disolverse su principium individuationis ¡y hacerse a la mar!
Todo cuanto constituía su especificidad como individuo quedará, tal las maletas de un viajero olvidadizo, del otro lado del andén. Solo me resta preguntarme si eso que se evaporará, eso que juzgo precioso y a lo cual me aferro, no será quizás la parte menos verdadera, más contingente y falaz de mi ser.
Rechazar la muerte por amor al propio pellejo acaso sea tan absurdo como decirle no a la verdad por fidelidad a una ilusión. ¿Y si esa ilusión fuese lo único que tengo? ¿Cómo renunciar a ella y ganar la eternidad al costo de disolverme como individuo?
“No todo en ti perecerá” –afirmó Horacio–. Jamás he dudado de tal aserto. Comprendo a qué formas de pervivencia alude el filósofo. Pero no me consuela. Eso que permanecerá no será, esencialmente, yo.
El autor es pianista y escritor.