“La guerra hay que ganarla antes de declararla”, así decía, muy atinadamente, Sun-Tzu. Pues Occidente, en las dos últimas décadas, ha cometido graves errores que han fortalecido a Rusia. ¿Por qué creería el Pentágono que instalar un régimen antirruso en Georgia o en Ucrania e integrarlos en la OTAN torcería el brazo a Putin? ¿Por qué creyeron que tendría éxito planear desde Arabia Saudita la rebelión musulmana en el Cáucaso contra Rusia? ¿Por qué creyeron que tendría éxito la guerra en Siria contra Irán, aprovechando la Primavera Árabe del 2011?
Para ello los códigos geopolíticos son un conjunto de supuestos estratégicos necesarios para los Estados que aspiran a proyectar su poder más allá de sus vecinos inmediatos. Si los Estados fallan en descifrarlos, se produce el desastre.
Las promesas de Occidente en 1997 de no provocar a Rusia pasaron la línea roja, incluso con Obama, donde las guerras periféricas e insurgentes del pasado como Corea y Vietnam, y las de hoy en Siria, Irak y Libia, se convirtieron en yerros geopolíticos que dieron sustento a la doctrina Putin.
Cuando se creyó que Rusia no participaría más en guerras después del fiasco afgano, la disputa clásica por el dominio de Europa Oriental en la que Ucrania abre esa guerra, puso en jaque la tradicional doctrina occidental en estas regiones (El nuevo orden de Putin en Medio Oriente, Nizameddinn, 2015).
El desencanto de Turquía frente a la Unión Europea ha ido en aumento, por ello Turquía ha desarrollado su propia geopolítica denominada de “profundidad estratégica” que consiste en acercarse a los países árabes y musulmanes del Cercano y Medio Oriente, Asia central, los Balcanes y el Cáucaso sur, tan inquietantes para EE. UU. como el acercamiento de Turquía a Irán, el diálogo con el Hamás palestino y la relación tensa con Israel. Es el cambio de paradigma de Erdogan, calificado frecuentemente de neootomano, por poder y geografía (Profundidad estratégica, Ahmet Davutoglu).
Del realismo defensivo al ofensivo. Todo líder requiere de expertos influyentes. Para Putin, Alexander Dugin se convertirá en el Mahan de EE. UU., en el Mackinder de Gran Bretaña, en el Ratzel y Haushofer de Alemania, en el Davutoglu de Turquía, quienes entendieron la importancia de la geopolítica como concepto y práctica en sus alcances geográficos y en la que la historia define la política exterior (Los confines de Eurasia, Trenin, 2005).
Dugin, en particular, empezará a rediseñar la geopolítica rusa a partir de las guerras en Chechenia, pero la guerra en Ucrania y la confrontación con la OTAN harán de la doctrina Putin su éxito, una rotunda independencia rusa a cualquier influencia o amenaza occidental (El futuro geopolítico de Rusia, Dugin, 2017).
Desde la rebelión chechena, arrastrando esta a Daguestán e Ingusetia, activó las acciones militares de Rusia, y minimizadas por los atentados del 11 de setiembre del 2001, puso al islam como la gran amenaza global. La guerra contra el terrorismo había empezado y abrió las puertas del infierno (Las fronteras del islam de Hansen, Mesoy & Kardas, 2010).
Interés tenue. Los atentados del 11-S mueven a EE. UU. a invadir Afganistán en el 2002 para instalar bases militares en Asia central y enfrentar la influencia del euroasianismo ruso en su propio espacio vital, desestabilizando de nuevo al Cáucaso cuando la OTAN sacrifica a Georgia y la enfrenta a Rusia en el 2012 (La frontera cercana: Putin, Occidente y la competencia sobre Ucrania y el Cáucaso, Gerard Toal, 2017).
Este fue el clásico enfoque brzezinskiano de Obama, de un interés tenue en el Medio Oriente frente a la máxima contención de Rusia y China como espectro de guerra fría. Sin duda un fracaso, puesto que la Nueva Ruta de la Seda posiciona a China en una dimensión geopolítica nunca antes vista; y la participación militar de Rusia en Siria no solo define el curso de la guerra, sino que disminuye la influencia turca, iraní y saudí.
Sin embargo, la OTAN es siempre para Rusia su mayor preocupación hasta convertir a Ucrania en punto de quiebre (El regreso de la OTAN a Europa: involucrar a Ucrania, Rusia y más allá, Coletta & Burns, 2017)
El perfil de Putin representa a una Rusia en ascenso que Occidente creyó haber vencido en 1992 y el de un EE. UU. en desgaste porque no logra descifrar los códigos geopolíticos de las potencias que lo desafían ante la ausencia de una doctrina Trump que defina una diferencia sustancial entre las herencias geopolíticas de Bush y Obama.
Rusia, sin embargo posee una geopolítica contundente y clara, en la que del Cáucaso al Medio Oriente hay solamente un código geopolítico de distancia.
Antonio Barrios Oviedo es miembro de la Cátedra de Estudios del Medio Oriente, UCR.