Estas dos semanas hemos visto lo mejor del deporte mundial competir en los Juegos de la XXXI Olimpíada en Río de Janeiro. Costa Rica llevó once atletas en seis deportes: ciclismo, triatlón, voleibol de playa, atletismo, judo y natación.
En la delegación participaron algunos de los atletas más laureados de la historia del deporte costarricense como Andrey Amador, Nery Brenes y Leonardo Chacón. No obstante, las posibilidades de una medalla eran pocas.
La evidencia demuestra que los factores estadísticamente significativos que explican el número de medallas ganadas por un país son: 1) población e ingreso per cápita; 2) el desempeño en juegos anteriores; y 3) la condición de local. Las estimaciones antes de las Olimpíadas otorgaban 106 medallas totales a Estados Unidos, 89 para China, 59 para Gran Bretaña, 58 a Rusia y 46 a Alemania.
De forma general, el mejor indicador para predecir el número de medallas de un país es el producto interno bruto (PIB). A mayor población e ingreso, mayor número de medallas. De hecho, los primeros 30 países en la tabla de los últimos Juegos Olímpicos concentraron el 80% de las medallas, básicamente replicando lo que se observa en lo económico. Los 30 países más ricos acumulan el 80% de la riqueza del mundo.
Suponiendo que el talento está distribuido uniformemente entre países, una mayor población ofrece una base más amplia de donde escoger atletas. Pero, para formar deportistas, se necesitan recursos económicos que se traduzcan en habilidades organizacionales, infraestructura y recursos humanos calificados. Países con mayores ingresos tendrían mayor cantidad de individuos con más tiempo para hacer deporte y más organizaciones promoviendo su práctica.
Diferentes caminos al éxito. Viendo este panorama, no es de extrañar que las posibilidades costarricenses de ganar una medalla fueran escasas. Sin embargo, para países pequeños como el nuestro, el PIB no es necesariamente el destino. David puede vencer a Goliat.
Lo que el modelo anterior no captura es la importancia relativa que se le otorga al deporte en la cultura y política de cada país, lo cual se materializa en financiamiento (público o privado), masificación y exposición.
Kenia, Etiopía y, sobre todo, Jamaica son ejemplos de naciones pequeñas que han demostrado ser muy eficientes en la traducción de su riqueza económica en medallas, más allá de lo que predice su PIB. Jamaica tiene apenas una tercera parte del PIB de Costa Rica, pero para estas Olimpiadas llevó una delegación cinco veces más grande que la nacional, concentrada prácticamente en un solo deporte (56 deportistas en atletismo).
En Londres 2012, ganó 12 medallas, entre ellas 4 de oro y se espera un número similar en Río. Jamaica apostó por la especialización en una de las disciplinas que entrega más medallas y donde histórica y culturalmente tiene una gran afinidad.
Por otro lado, el desempeño de Gran Bretaña es uno de los más exitosos en la historia reciente de los Juegos Olímpicos. Gran Bretaña pasó de ganar 15 medallas en Atlanta 1996 a 65 en Londres 2012, gracias, en parte, al financiamiento de la lotería británica.
En el cuatrienio 2013-2017 esperaban invertir $700 millones, con erogaciones anuales entre $46.000 y $85.000 por atleta.
Los programas de Gran Bretaña se han especializado en deportes que entregan la mayor cantidad de medallas posible: ciclismo de pista, remo, natación y atletismo.
Estados Unidos, por su parte, descansa su éxito en una cultura deportiva arraigada y la capacidad de las universidades y el sector privado de fomentar el deporte de élite.
¿Para qué ganar más medallas? El triunfo deportivo a escala internacional genera orgullo patrio, sentimiento de comunidad y arraigo; además, produce valor económico ligado a patrocinios, publicidad y consumo. Lo vivido en el país luego del Mundial de Futbol 2014 no tiene parangón. Los éxitos individuales de algunos deportistas nos han llenado de felicidad, optimismo y orgullo.
Todo eso está muy bien. Pero lo que uno espera del éxito deportivo es que más gente se dedique a hacer deporte.
El deporte puede contribuir a superar tres de los retos más importantes que tiene el país: seguridad personal, salud pública y desigualdad de oportunidades.
Con la práctica masiva nos apropiaremos de espacios públicos y tendremos a más jóvenes ocupados cultivando valores como disciplina, solidaridad, trabajo en equipo y superación personal. En fin, menos crimen y violencia.
Más deporte se traducirá en menos obesidad, diabetes, males cardíacos y enfermedades mentales. Tendremos mayor disponibilidad de recursos en el sistema de salud pública y una población más sana, productiva y longeva.
El deporte promueve la igualdad y el aprovechamiento de oportunidades. Eche un vistazo a las ligas menores de cualquier equipo de futbol de primera división: chiquillos de todos los estratos sociales y rincones del país superando barreras sociales y geográficas. Vea el ejemplo de Leo Chacón, Andrey Amador, Sylvia Poll y Keylor Navas: estar en la élite mundial es posible para costarricenses de todos los orígenes.
El país tiene todos los instrumentos para generar los cambios para producir más atletas de élite, pero, sobre todo, para tener más deportistas. No en vano Costa Rica tiene medalla de oro en convertir su riqueza en progreso social.
Masificación, especialización, cultura y eficiencia son parte de la receta. Sector privado, organizaciones sociales y Gobierno deben trabajar juntos.
Víctor Umaña es director del Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible del Incae.