Corría el año 1991 cuando un grupo de estudiantes del curso de posgrado en Creatividad y Cognición confrontó a Howard Gard ner, distinguido profesor de Harvard y autor de la teoría de las inteligencias múltiples, porque, según su criterio, no había un nexo claro entre sus planteamientos y su práctica en el aula. Estaban convencidos de que la dinámica de la clase –que tenía lugar en un auditorio con más de cien estudiantes– debía ser un reflejo de sus innovadoras tesis.
Pausado, sin estridencias, con la ligera timidez que lo caracteriza, Gardner se defendió –casi que se excusó– diciendo: “¡Yo soy un investigador, no un pedagogo! Mi campo es la psicología cognitiva. Me llevé una gran sorpresa cuando supe que eran los educadores –posiblemente aún más que los psicólogos– los que se interesaban en mi trabajo. Esa es la razón por la que estoy aquí, impartiendo lecciones. Lo mío es, sin embargo, el quehacer científico, no necesariamente la docencia”.
Fue clara su posición ante el cuestionamiento. ¡Tenía razón! Al menos eso pensamos quienes disfrutábamos el privilegio de escucharlo y encontrábamos gran valor en sus exposiciones.
Desde entonces, las cosas han cambiado. No dudo de que Gardner también, porque su reacción fue inmediata. Consiguió recursos –un grant, según nos dijo– y, en el próximo semestre, cuando se inició su curso sobre el desarrollo cognitivo y simbólico ya tenía en proceso una investigación para introducir cambios en la dinámica de su clase. Los estudiantes fuimos entrevistados, se nos pidieron criterios, sugerencias, propuestas.
Cambio ineludible. No es de extrañar que eso sea, precisamente, lo que hacen actualmente algunas de las universidades de mayor avanzada, pues han comprendido que la transformación del quehacer académico no es ya una opción sino un imperativo.
Dos hechos de las últimas décadas hacen que el cambio sea simplemente ineludible: los aportes de la psicología cognitiva y las neurociencias a la comprensión del aprendizaje, y el potencial que ofrece la revolución digital para potenciar el aprendizaje y la enseñanza.
El gran dilema está en cómo generar los cambios requeridos de forma seria, bien fundamentada y estimulante. El asunto no es simple. Por ello, han surgido proyectos y centros dedicados a la investigación y al desarrollo en este campo en el interior de las instituciones que han asumido el desafío.
En general, se trata de esfuerzos multidisciplinarios e interinstitucionales en los que es determinante el intercambio y la reflexión entre autoridades, investigadores, profesores y expertos.
No se trata ya de programas de didáctica universitaria y desarrollo docente. Estos existen desde hace muchas décadas y, en los mejores casos, han cumplido con su misión de proveer formación pedagógica básica y, generalmente, tradicional.
Es común que también evalúen la actividad docente para conocer la opinión de los alumnos y, cuando es posible, introducir mejoras.
La tendencia que emerge es de naturaleza distinta. Involucra la redefinición de los métodos y contenidos de las distintas disciplinas y, muy especialmente, de la relación entre ambos.
Se trata de lograr aprendizajes más poderosos que respondan a las particularidades de cada campo de conocimiento, a las inclinaciones cognitivas de los estudiantes y a las capacidades y competencias que estos deberán desplegar al integrarse al mundo del trabajo.
HILT. Harvard es una de las universidades líderes en este campo. Con una donación de $40 millones otorgada por Gustave y Rita Hauser y liderada por su rectora Drew Faust, la universidad puso en marcha la Harvard Initiative for Learning and Teaching (HILT).
El proyecto ha sido concebido para renovar la calidad y la pertinencia de la educación universitaria, especialmente de los programas de grado, y está incidiendo en forma acelerada en la cultura de la organización.
No es casualidad que el Centro Bok para la Enseñanza y el Aprendizaje, constituido en 1975, celebre hoy su 40 aniversario con una discusión sobre el futuro del aprendizaje.
HILT busca “cultivar” una nueva generación de profesores que, comprendiendo los cambios de fondo ocurridos en el campo cognitivo y conocedores del potencial de las nuevas tecnologías, sean capaces de incursionar en la creación y aprovechamiento de nuevos ambientes de aprendizaje y plantear métodos, abordajes y recursos alternativos.
En los proyectos de investigación y desarrollo que se impulsan, los estudiantes tienen un papel central y se incorporan como actores esenciales en el diseño y ejecución de las iniciativas que, por lo general, son de naturaleza multidisciplinaria y transgeneracional.
El enfoque es científico, centrado en la obtención de resultados y evidencias que permitan tomar decisiones, plantear acciones a partir del nuevo conocimiento y difundir las lecciones aprendidas al interior de la universidad y más allá de sus fronteras.
Es evidente que Harvard confiere enorme importancia a los cambios en curso. Por eso creó la Vicerrectoría para el Avance del Aprendizaje. Ocupa el cargo de vicerrector el destacadísimo historiador, investigador y académico Peter Bol, autoridad mundial en lenguas y civilizaciones del este asiático y director del Centro para el Análisis Geográfico.
Brillante e innovador, Bol ha escrito ampliamente sobre la historia intelectual de China y es un experto en pensamiento espacial y producción colaborativa de mapas digitales.
Bol trae a esta tarea una gran pasión por el conocimiento y la tecnología y, además, una clara comprensión del inmenso desafío que implica hoy capturar el interés de los estudiantes universitarios y estimular su desarrollo con recursos distintos.
Está claro que las convicciones y las aspiraciones que sustentan esta y otras iniciativas semejantes no son completamente nuevas. La novedad está en las formas como las universidades y los sistemas de educación superior están acometiendo los procesos de cambio y concretando las transformaciones.
Repensar el futuro. Todo parece indicar que atrás quedan los tiempos en que el énfasis en “la enseñanza” dominaba la escena. En una época en que la tecnología digital permite de manera tan poderosa el intercambio, la interactividad y el aprendizaje colaborativo, ya no parece viable que el profesor universitario se centre únicamente en la exposición y en su autoridad académica.
En un estudio realizado para la Fundación MacArthur que publicó el MIT en el 2009, Cathy Davidson y David Goldberg señalan que urge repensar el futuro de las instituciones responsables de formar. Apuntan que es preciso entender, desde la perspectiva epistemológica, la profundidad de los cambios. La Internet, indican los autores, lo revolucionó todo, aunque por sí misma la red no educa.
Las ciencias del conocimiento y la información derivadas de los estudios sobre el cerebro nos obligan a reconstruir rápidamente la evolución de la vida educativa sobre bases nuevas.
Las universidades de nuestro país, especialmente aquellas que están comprometidas con la calidad académica, no deberían quedarse al margen de estas transformaciones. Por fortuna el Sinaes dio ya la primer campanada. Lo hizo en octubre pasado, en el marco de su cátedra Enrique Góngora, cuando planteó la innovación como elemento crítico del desarrollo universitario.
Debemos continuar impulsando pensamiento y acción en este campo, pues se trata de un cambio enriquecedor e irreversible. De la calidad y la fuerza con que se aborde, dependerá el éxito de la educación superior futura.
La autora fue ministra de Ciencia y Tecnología.