Cuando hay carencia de grandeza espiritual y política es imposible aceptar las equivocaciones. Hay dirigentes políticos incapaces de reconocer sus falencias y errores. Creen que están haciendo maravillas por el país, pero cuando ven nubarrones apuestan por entronizar el miedo en la población, a desdecirse de lo que dijeron e hicieron, hasta enojarse con quienes recuerdan sus palabras y acciones.
Se muestran prepotentes, en lugar de tener la humildad y la sensatez para asumir sus compromisos. “Cuando me equivoque, corríjanme”, dijo en su discurso de toma de posición Luis Guillermo Solís.
Hay coincidencia entre muchos sectores en que el Gobierno Central arrastra un problema fiscal desde hace años, que podría alcanzar un 6,1% del PIB en el 2017, que los gobiernos anteriores y este han estado gastando más de los ingresos que perciben, que hay enormes inflexibilidades en la estructura del presupuesto y que la solución al problema fiscal no pasa simplemente por generar más ingresos, sino también por reducir el gasto, usar productivamente los recursos nacionales e incluso realizar una reforma del Estado.
Medidas incorrectas. Es demostrable que el presidente de la República desde antes y después de asumir su mandato desdeñó el déficit fiscal, al punto que sus primeras medidas así lo ratificaron, pues decretó un aumento salarial para los empleados públicos del 4% para el primer semestre del 2015, con inflación cero, luego acordó un aumento de un 14% en transferencias a las universales públicas, con incrementos negociados superiores al 7% para los años 2016 y 2017, y, lo más grave, en el primer presupuesto de su administración elevó el gasto público en un 19%, con una inflación en cero en el 2015.
A lo anterior se agregaron aumentos salariales en instituciones, consultorías y publicidad, contratación de personal, algunas leyes sin fuentes de financiamiento y una sinfonía de viajes por todo el mundo de él y de funcionarios de su administración.
Omito hacer mención al despilfarro de recursos, producto de errores relacionados con la obra pública, donde este gobierno ha reproducido algunos lamentables vicios de gobiernos pasados, censurados por la Contraloría.
Es evidente que el problema fiscal del país no es imputable exclusivamente al presidente Solís. Eso sería injusto. Pero él y su ministro de Hacienda también tienen una gran responsabilidad. Lo minimizaron al principio y lo han agravado. Han aumentado el gasto y no han ejercido un verdadero liderazgo para plantear una solución audaz y valiente.
El gobierno se ha limitado a pedir impuestos, pero muy poco ha hecho por involucrarse de manera directa con soluciones a los problemas estructurales del gasto. Mucho temor y demasiado cálculo.
Imprudencia. El anuncio reciente del presidente de falta de liquidez para pagar gastos esenciales fue un acto de imprudencia y de falta de tacto político. Primero, porque la estrategia del miedo ya está muy desacreditada; segundo, porque alarmar a los inversionistas del modo como se hizo es perjudicial para todos; tercero, porque el plan de medidas que acompañó el anuncio es poco significativo para atender el déficit; cuarto, porque le hace más difícil al gobierno capturar compradores de bonos; y quinto, porque esa declaración tiene el efecto de elevar las tasas de interés de los bonos.
Después del anuncio, el presidente se ha dedicado a reiterar la necesidad de más impuestos y a combatir a quienes señalan su desidia inicial frente al déficit fiscal y su imprudencia política relacionada con el mensaje mencionado.
En vez de perder tiempo en eso, el presidente debe reconocer con humildad sus errores, pasar la página, ser propositivo y asumir él personalmente con ayuda de Hacienda el liderazgo que corresponde para promover un plan destinado a articular técnica y políticamente una solución integral al déficit.
Lo esencial ahora no es enfrentar a quienes piensan que él ha sido irresponsable. Lo que importa es tomar la iniciativa, exhibir liderazgo con determinación y enfrentar el problema con un plan valiente y sin cálculos.
Decepción. La decepción ciudadana en las dirigencias políticas no pasa solo por los problemas de deshonestidad, sino por la falta de audacia y valentía para ser referentes de los demás, tomando las decisiones que son impostergables. Muchos dirigentes van siempre de remolque. Creo que el presidente Solís es uno de ellos.
También el ciudadano se decepciona cuando escucha otra vez el estribillo fácil y perpetuo de pedir en cada gobierno más impuestos a la gente y a los sectores productivos, sin condiciones y sin verdaderas medidas para contener el gasto y los desperdicios de fondos públicos.
Muchos costarricenses desearíamos conocer del Ejecutivo y de los partidos una propuesta fresca, creativa e imaginativa. Eso sí sería el cambio. Pedir simplemente más impuestos es lo más fácil; es exactamente lo que han venido haciendo todos los gobiernos. Como decía mi papá, para eso no se necesita estudiar.
Si seguimos por esa vía, siempre tendremos los mismos resultados. Por eso es muy importante llevar al Gobierno estadistas en vez de simples administradores.
El autor es empresario.