Cuando se habla de riesgos y desastres, la vulnerabilidad es una condición que aumenta la posibilidad de que el ser humano y los elementos del espacio sean afectados por las amenazas.
Dicho estado depende de factores físicos, económicos, sociales y ambientales, y se compone de varios tipos, como propuso el experto Gustavo Wilchez, quien hizo una lista de 10 y al primero lo denominó vulnerabilidad natural.
Es la condición intrínseca de todo ser vivo determinada por “los límites ambientales dentro de los cuales es posible la vida y por las exigencias internas de su propio organismo”.
Límites como el espacio geográfico, donde es posible la vida humana (habitamos justo en el borde de dos capas terrestres, la corteza y la atmósfera), y el contenido de oxígeno (21 %) en la capa gaseosa de la esfera terrestre son vitales.
Exigencias esenciales son ciertas condiciones de temperatura, humedad, densidad de la atmósfera y adecuados niveles de salud y nutrición.
Enfermedad del coronavirus. El covid-19 ha dejado al descubierto la vulnerabilidad natural de la humanidad. Lo que hoy se vive no obedece, como suele suceder, a inadecuadas condiciones económicas, físicas, educativas, etc., sino a la condición natural del ser humano, que por el hecho de estar vivo puede llegar a ser anfitrión de peligrosos agentes infecciosos.
Hay miles de personas infectadas, muchas de la cuales son potenciales transmisoras. La población se ha enfermado y hemos dejado de cumplir un nivel de salud adecuado, una exigencia para la vida humana. Y, sin un buen nivel de salud, somos aún más vulnerables.
La relación salud-vulnerabilidad es reconocida. Mark Pellling, en su obra Vulnerability of Cities, indica que la primera es un componente de la segunda. De acuerdo con él, la buena salud hace resistentes y mejora la capacidad para oponerse a los peligros. Pero una salubridad deteriorada torna vulnerable al ser humano, es decir, crea una condición que lo hace más susceptible a las amenazas.
Fragilidad. Lo anterior es evidente por lo que está ocurriendo debido al coronavirus porque cuanto más se extiende el contagio y cuantos más países alcanza, más cerca estamos de ser afectados.
Eso revela nuestra debilidad para enfrentar pequeños, pero letales, seres microscópicos y que la vulnerabilidad, especialmente la natural, va de la mano con nuestra fragilidad.
En correspondencia con lo anterior, el covid-19 ha ratificado que el ser humano es sumamente frágil. Ha demostrado cómo un diminuto y microscópico organismo es capaz de poner en vilo a un gigante, paralizarlo y causarle daño económico.
El agente también tiene el poder de atemorizar a millones, dejar ciudades desiertas, obligar a encierros y cuarentenas, deteriorar el nivel de salud de la población, poner a prueba los sistemas de salud y consternar al mundo.
Una sola entidad biológica ha creado una preocupación mundial inconcebible en noviembre del 2019. Por ella, en un corto tiempo, por no decir que de un momento a otro, la salud de una buena parte de la población mundial cambió y la preocupación se apoderó de todos.
Actuar. No hay que quedarse en la preocupación, lo adecuado es actuar, hacer lo propio para manejar adecuadamente el riesgo asociado al covid-19.
Es tarea enfrentar con resistencia y resiliencia. Resistencia implica destinar los recursos económicos posibles y la fuerza mental para combatir el mal. No dejarse llevar por el temor excesivo ni por falsos rumores o noticias; ser realistas y optimistas.
Como parte de la resiliencia, el ser humano debe hacer ajustes y prepararse. China ha mostrado habilidad en el manejo de la situación. Se sabe que construyó un hospital en corto tiempo, aisló a la gente y recurrió al uso de trajes especiales y cubrebocas para evitar la propagación del virus.
Costa Rica, también, actúa preventivamente, y ha tomado medidas para evitar el contagio y recomendado reforzar los hábitos higiénicos.
El país no cuenta con recursos económicos, pero sí con un sistema de salud y gestión de riesgos apropiados para enfrentar la situación.
El autor es geólogo.