Iba con prisa, pero una amiga me detuvo. Conversamos. Su padre, tras una larga enfermedad, estaba en su última fase de cuidados paliativos. No podía curarlo, pero sí cuidarlo, acompañarlo en su trayecto final.
No había tristeza en su mirada, pues la llevaba en el corazón. Percibí un dolor llevado con alegría. ¿Sería esto un contrasentido? ¿Cómo se comprende la alegría en un momento tan difícil? Su padre vivía cada día con ilusión. Veía las pequeñas cosas, daba consejos y estaba determinado a seguir caminando a sus casi 90 años.
Maestro y testigo de su familia, la vio crecer: hijos, nietos, bisnietos. Se sentía atendido, cuidado, bien tratado, querido… Un nieto le dedicó la tesis. Una nieta ofreció por él muchas horas de estudio en su cuatrimestre final con resultados sobresalientes. Las «presencias» eran ingeniosas porque así es el amor.
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Se requiere valor para encarar el sufrimiento, para enfrentarse a la finitud de la vida y a su finalidad. Nacemos y morimos solos. ¿Qué es la vida? En esos momentos, es ella la que nos interroga y cuestiona. Solo podemos responderle por nuestra propia existencia. Únicamente con responsabilidad personal se contesta a la vida. Solo en libertad es posible dar sentido a la vida.
Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo, fundó la logoterapia (del griego logos, equivalente a sentido, significado o propósito). Esta psicoterapia se centra en el sentido de la existencia humana y en la búsqueda de ese sentido por parte de hombres y mujeres.
Hallar un propósito. Frankl fue un sobreviviente de los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau. En su libro El hombre en busca de sentido, afirma: «La historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizás mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el que entró en ellas con paso firme musitando una oración». Cita las palabras de Nietzsche: «El que tiene un porqué para vivir, puede soportar cualquier cómo».
Afirma Frankl que el ser humano tiene una libertad interior que nadie puede arrebatarle, que confiere a la existencia una intención y un sentido. «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino— para decidir su propio camino».
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Aun en las circunstancias más adversas o difíciles, los seres humanos guardan la libertad interior de decidir quién quiere ser. A pesar de ellas, conservan la dignidad de seguir sintiéndose un ser humano.
Le otorgan la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismos. En ellas se prueba su entereza humana. Cuidar a otros requiere mucha fortaleza para acompañar e infundir valor en toda etapa de la vida.
Necesitamos cultivar la cultura del cuidado. Tarde o temprano la necesitaremos. Cultura proviene del verbo latino colere que significa cuidar, pero también habitar y honrar.
Toda vida merece ser honrada porque es digna. ¿Contrasentido? No lo vi esa mañana, corroboré como decía Frankl: el logos es más profundo que la la lógica. El sentido trasciende la razón.
La autora es administradora de negocios.