Teniendo yo 58 años y no habiendo visitado nunca un hospital, salvo para visita o farmacia, y menos uno estatal, ¿imaginan mi sentimiento cuando un médico me dijo: “Váyase a Emergencias inmediatamente”?
Con todas las historias sobre los hospitales públicos, me dirigí a Emergencias del Calderón Guardia. La primera sorprendida fue una señora en la ventanilla porque preguntó: “¿Usted nunca ha venido a ningún servicio de la Caja?”. Mi respuesta, obviamente, fue que no.
Me enviaron a hacer un examen de orina y me senté a esperar toda la noche a ver qué pasaba, pues nadie me decía nada ni me llamaban. Yo veía muy sombrío el panorama en ese momento y, de nuevo, todas las historias sobre la Caja vinieron a mi cabeza.
Ya sabía que debía someterme a la operación, no había otra opción, y tenía que hacerla ahí. Con ese mar de situaciones posibles en mi cabeza, vi amanecer el día siguiente, aún sin saber nada de nada.
A las 7a. m., cuando llegó el cambio de guardia, me llamaron, y empecé a darme cuenta de que las historias que había escuchado, y hacía unos minutos estaban en mi mente, eran todas causadas por la gran desinformación.
La razón por la cual nadie me atendió durante la noche fue que, por tratarse de una intervención, solo el residente podría examinarme. Esa noche, entraron víctimas de cuatro accidentes graves a Emergencias y el residente pasó toda la noche en el quirófano. Obviamente, las prioridades dictaban atenderlas primero.
Casi inmediatamente después del cambio de guardia, me recibió una médica. Y a partir de ese momento, y como les voy a contar a continuación, se inició el proceso. Un proceso exacto y con un trato al paciente excelente.
Me evaluaron, solicitaron placas de rayos X y pruebas de laboratorio. Me pusieron las vías para suero y antibióticos, y me pasaron a una cama de pasillo mientras se desocupaban las de la sección de hospitalización de Emergencias. En todo momento, pregunta que hacía, pregunta que me respondían, y de forma muy amable.
Pasé a las camas de hospitalización y, de nuevo, el personal se preocupó por todos los aspectos de quienes estábamos ahí. Otro médico me solicitó los exámenes realizados antes de hospitalizarme y, al día siguiente, estaba en el piso de Cirugía. Se me subió la presión del susto y no fue hasta dos días después de haber salido del hospital que se me normalizó.
Ya en Cirugía y como reloj suizo, las rondas de los médicos, enfermeras y asistentes de enfermería eran constantes. Siempre me explicaron todo con detalle y aclararon mis dudas.
Pasaron los días, pocos, pero me parecieron muchos, hasta que se presentó el médico que efectuaría la intervención y quien, muy claramente, me explicó cómo iba a ser el procedimiento y las posibles complicaciones.
Al final, fue un éxito. Sinceramente, yo ya presentía que dada la calidad del personal ese sería el resultado de mi operación. Además, hice caso a todo lo que me dijeron que hiciera. Todo pensamiento negativo se había disipado a los días. Cada persona con quien interactué del hospital demostró tener como principal preocupación al paciente. Desde el personal a cargo del TAC hasta del Laboratorio, donde me extrajeron más sangre que los mosquitos de Puntarenas.
Espero que ninguno deba ser internado en un hospital, pero, si le toca, créame que muchos de los temores que uno lleva antes de entrar se deben a la desinformación. Hay que preguntar, enterarse de lo que uno tiene y qué van a hacerle. Por lo menos, todos los que me atendieron lo hicieron con una sonrisa.
El autor es administrador de negocios.