Así es. El problema que debe resolverse mediante un acuerdo nacional, pacto de Estado o como quieran llamarle, primero que todo no es el de definir qué medidas tomar; es cómo allanar el camino para hacerlo viable, y esto no solo comprende la posibilidad técnica de ejecutarlo, sino especialmente la posibilidad política de llevarlo a cabo de manera completa y a tiempo.
Por eso, y dicho con un afán constructivo, no comparto el enfoque del presidente. El proceso de diálogo y escucha es una distracción, y no lo digo porque crea o sepa que existe esa intención, sino por algo que puede ser igual de malo: la ingenuidad que lo impulsa.
El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, famosa frase que bien puede encabezar una presentación del proceso planteado.
El enfoque del planteamiento que, mediante la consulta por correo electrónico y otros medios pretende recoger la mayor cantidad de propuestas, visto en el contexto de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), sugiere una gran confusión.
Y, de nuevo, no lo digo por algún prejuicio contra esta organización, sino porque creo que el proceso de escucha y diálogo dará eso como resultado, más diálogo improductivo, pero no una hoja de ruta para superar los estragos económicos y sociales de la pandemia.
Experiencia y conocimiento. La amenaza que enfrentamos no se superará con iniciativas políticamente correctas, sino con experiencia y conocimiento.
La hoja de ruta debe ser políticamente viable, técnicamente apropiada, ajustada en su relación con el contexto exterior —del que forma parte el FMI— y a los intereses del país, considerando su historia y cultura.
La democracia no es solo participación y diálogo per se. Sin perjuicio de las reglas básicas que la sustentan, la democracia también es resultado.
Dado que enfrentamos una amenaza concreta, en un contexto más que conocido, que no se limita a la dimensión fiscal, el país no necesita una nueva investigación o un paper con fines académicos, como producirá el proceso convocado por el presidente.
Necesitamos algo muy diferente, un catalizador para reunir, seleccionar, armonizar y dar eficacia a la diversidad de criterios de sectores organizados y conocidos, cuyo concurso es indispensable para superar este trance.
Lo anterior es imposible sin un liderazgo que determine y comunique al país un norte.
Siempre habrá aspectos de las medidas necesarias que, por razones estructurales muy propias de nuestro país, inevitablemente deberán pasar por la Asamblea Legislativa, donde esta administración cuenta desde el principio con una colaboración responsable, que no por ello debe abstenerse de su labor de control.
Esta, por ejemplo, es otra razón por la cual en un artículo anterior (“Allanar el camino a Carlos Alvarado” 28/7/2020) insistí en la conveniencia de reunir a los expresidentes de la República y a los exministros de Hacienda y de la Presidencia para diseñar la hoja de ruta.
No ignoro que entre ellos existen grandes diferencias, incluso personales, pero también estoy convencido de su sentido de Estado para superarlas momentáneamente en función de un objetivo superior, que no es, como algún ignorante o malpensado supondría, socavar la autoridad del mandatario, Carlos Alvarado, sino todo lo contrario. Así, deberían entenderlo fuera de la Casa Presidencial, pero principalmente dentro.
El autor es abogado.