Cuando un ciudadano de a pie, como yo, conoce a una figura importante de la vida social y política del país, piensa que solo en ocasiones excepcionales es posible lograrlo. Sin embargo, quienes tuvimos el privilegio de relacionarnos, al menos circunstancialmente, con Estrella Zeledón Lizano, la gentil primera dama en la administración de Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), sabemos que bastaba con saludarla por primera vez para que nos hiciera sentir que la conocíamos de muchísimos años. Porque doña Estrella era una persona sencilla y extraordinaria al mismo tiempo, campechana, amiga de agradar, con una vocación de servicio auténtica.
Hace dos años, acompañé al documentalista Carlos Freer Valle a una gestión con el apoyo de doña Estrella, en vista del entusiasmo que había despertado en ella la serie de televisión sobre la Campaña Nacional, Gesta del 56, escrita y dirigida por Freer. “Acompañame al Ministerio de Educación. A las dos de la tarde nos espera doña Estrella Zeledón. Ella insiste en que el MEP debería difundir Gesta del 56, la serie completa, en los colegios de educación secundaria”, me solicitó Freer.
Entrar y saludarla en el lobby del Ministerio, donde nos atendió una asesora de Sonia Marta Mora, la ministra de entonces, fueron una sola y agradable experiencia. Entre tímido y cauteloso, le tendí la mano… Con una sonrisa y un beso en la mejilla, doña Estrella disimuló mi poquedad, pues yo no salía de mi embeleso al mirar de cerca a la compañera de vida de Rodrigo Carazo, a quien respaldó con discreción y valentía admirables en la difícil gestión que él emprendió, contra viento y marea, en años cruciales para Centroamérica.
Un café. Después de la reunión en el MEP, le sugerí a Carlos que la invitáramos a tomar café. “¡Claro que sí”, respondió. “Bueno —le advertí—, pero tendrá que ser en el café del Teatro Nacional o en un restaurante elegante, pues se trata, ni más ni menos, de una primera dama de la República”.
De inmediato, Carlos le dijo del cafecito y que iríamos al Teatro Nacional. “No, qué va, busquemos una sodita de por aquí porque con estas presas mientras llegamos al Teatro nos da la hora de la cena”, agregó doña Estrella, entusiasmada por la invitación. Entramos en un tramo del Mercado de la Coca-Cola. El lugar estaba repleto y yo me moría de la pena, pero pronto comprendí que doña Estrella se sentía a sus anchas.
No perdía la sonrisa, pese a que el atareado mesero no se fijaba en nosotros. Lo cierto fue que departimos con ella más de una hora en la soda, mientras otros clientes la observaban con admiración tomando café sin guardaespaldas ni protocolos.
Entrevista. El año pasado, a raíz de la escritura del libro ¡Vivan los años! Relatos de un largo camino en la geriatría y gerontología, del doctor Fernando Morales Martínez, estuve en su casa en Escazú, donde la entrevisté. “Cada robot anula a una persona”, se titula el capítulo correspondiente a doña Estrella, en esa obra biográfica del apóstol de los adultos mayores de nuestro país.
Mientras me mostraba fotografías y recuerdos, doña Estrella desgranó, para ¡Vivan los años!, frases tan significativas como: “Los gobiernos señalan las rutas del desarrollo. Para eso disponen de leyes, pero es el pueblo el que forja, porque no solamente detecta las necesidades, sino que las experimenta”. O esta otra reflexión: “Bienvenido sea el progreso, pero cuidado con la cosificación. Si la sociedad no toma previsiones, cada nuevo robot anula a una persona”.
Un sol tenue bañaba con su luz vespertina la nave central de la iglesia de San Rafael de Escazú, el miércoles 10 de abril, durante la ceremonia fúnebre de la ex primera dama. Se oían pajaritos agradecidos por los primeros aguaceros, mientras el incienso, las lágrimas de los presentes y las palabras cercanas de sus cuatro hijos despedían a la noble mujer que supo brillar por los demás.
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El autor es periodista.