La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral es el acontecimiento más notorio del siglo XX. En Europa, más del 60 % de las mujeres quieren hacer compatible su vida familiar con el trabajo. Que lo diga Ursula von der Leyen, confirmada primera presidenta de la Comisión Europea, quien tiene siete hijos.
Parece que Francia y los países nórdicos lo tienen muy claro, dadas sus tasas de natalidad y las tasas de ocupación femenina. Otros todavía tenemos camino que recorrer.
La neurociencia afirma que el cerebro masculino está organizado de manera más compacta y eficiente para el procesamiento de información visual y espacial. Predomina el conocimiento abstracto. La mente de una mujer está dotada para un tipo de pensamiento holístico e integral. El del hombre es más lineal o consecutivo. Lo femenino tiende a la determinación de políticas. Lo masculino a la fijación de objetivos.
A la hora de tomar decisiones, los hombres son analíticos y suelen basarse en procesos de cálculo, fórmula y deducción. La resolución femenina suele ser más elaborada, larga y equilibrada.
¿Sabrá la mujer de pensar en media docena de cosas al mismo tiempo y planificarlas de forma coherente? Es organizada y eficiente porque, cuando es madre, sabe lo que es planificar cada instante. Más que equidad de género necesitamos “inteligencia de género”.
Las políticas de conciliación de la vida personal y laboral son necesarias para un desarrollo humano sostenible que cuente con ejes de calidad: familia y trabajo.
El lugar de la familia. Familia y economía están ineludiblemente vinculadas. La no familia es antieconómica y produce un vacío educativo que deriva en deserción escolar, delincuencia, pobreza y problemas psicológicos que tendrá que atender el Estado.
Apoyar la maternidad es apoyar a la familia, realidad que no debe ser relegada a lo privado. Existe una clara conexión entre familia, sociedad y política.
Nuestra sociedad será lo que sea la familia, cuyas funciones estratégicas son engendrar la siguiente generación, criar y educar a los hijos, desarrollar la cohesión intergeneracional y social, transmitir pautas de conducta y valores, y ejercer la protección social en primera instancia. Las mujeres han demostrado que “dirigir es educar”. En el vértice superior estará siempre la educación.
La maternidad dota a la mujer de una gran capacidad para entrar en el misterio de la vida, de su sentido y su valor. Una vida a ella confiada. Es la gran educadora. Bellísima imagen de la mujer como “regazo de la humanidad”. Este regazo en el cual todo vuelve a la normalidad.
Las madres han sido el mástil en muchas tormentas. Saben que la fortaleza es capacidad de resistir más que de atacar. No es el rigor, sino la comprensión. La mujer es una realidad extraordinariamente seria, no frívola o poética.
Eje humanizador. Se acerca la mujer al mundo de la cultura, de la política llena de fortaleza y humanidad. Será siempre un eje humanizador. La maternidad no es solo física, sino también espiritual, y como diría san Josemaría: “La mujer está llamada a llevar a la familia y a la sociedad civil, algo característico que le es propio y que solo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad”.
Es urgente apoyar la maternidad con medidas empresariales, sociales y políticas que den a la mujer soluciones prácticas y eficaces para el gran reto diario de conciliar, y no confrontar, los dos polos en los que se mueve.
Conseguir armonía entre maternidad y trabajo para la supervivencia de la sociedad que, sin las madres, dejaría de existir y para que nuestra civilización siga siendo cada día más humana es una responsabilidad social.
La autora es administradora de negocios.