La emergencia sanitaria global comprobó que ningún pacto, acuerdo o alianza mundial a favor del ambiente ha sido tan eficiente en lograr cambios positivos por el bien de la naturaleza como los cambios obligados por la covid-19.
La estrategia de quedarse en casa dio espacio a la tierra para sacudirse y recuperar funciones y procesos clave para mantenernos con vida en la única nave que tenemos para viajar alrededor del sol.
Para comprobar los efectos del coronavirus y evaluar la situación de los recursos de la humanidad, la Global Footprint Network (GFN), que publica el informe del día del sobregiro de la tierra, combinó datos científicos con supuestos, modelaciones y proyecciones de cambios en las emisiones de carbono (según la Agencia Internacional de Energía), la cosecha forestal (datos de la industria forestal canadiense y tasas de deforestación en la Amazonia) y la demanda de alimentos y otros factores que afectan la biocapacidad global.
En relación con el 2019, la huella de carbono se redujo un 14,5 % y un 8,4 %, la huella de productos forestales.
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Debido a que la pandemia alteró significativamente el sistema alimentario mundial, aumentó tanto el desperdicio de alimentos como la desnutrición entre las poblaciones de ingresos más bajos y, por eso, no hubo cambios en la huella alimentaria.
No obstante, en términos globales, la huella ecológica se redujo un 9,3 % en comparación con el 2019. En conclusión, la tierra respiró y aumentó su capacidad de resiliencia para afrontar la nueva normalidad.
Este florecimiento ambiental planetario será efímero si no hacemos transformaciones permanentes en la relación humanos-naturaleza. Absurdo sería olvidar que la amenaza del calentamiento global y otros fenómenos a megaescala solo están en pausa y su trayectoria y magnitud serán reactivadas cuando pase la pandemia, cuando miles de millones de personas salgan del aislamiento a resolver problemas económicos y encarar sus tragedias familiares.
Costa Rica no escapa a esta realidad, cada año el día del sobregiro —fecha en que la demanda de recursos y servicios ecosistémicos excede lo que el planeta puede regenerar en un año— se adelanta. En solo tres años acortamos casi un mes la llegada, vaya récord mundial.
Aunque nos identificamos con la etiqueta de país verde y ecológico, es inaplazable revisar la forma como gestionamos y protegemos nuestro patrimonio natural, pues en términos globales somos insostenibles.
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Seguimos extendiendo la huella ecológica, incrementamos el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero y, como si fuera poco, desconocemos los límites de captura y capacidad de carga de poblaciones naturales, especialmente las marinas, por ejemplo, atunes, tiburones y grandes picudos.
De continuar este patrón, pronto presenciaremos la extinción de especies y pérdida irreversible de patrimonio genético. Es apremiante impulsar proyectos de acción climática como la electromovilidad de personas y bienes. No hay tiempo que perder, debemos proteger nuestro capital natural y, bajo la justicia ambiental, que pague el que contamina.
Lamentablemente, la covid-19 trajo muerte, sufrimiento humano y pérdidas económicas incalculables. Después de esta pandemia debemos cambiar nuestros hábitos de producción y consumo por otros limpios y sostenibles.
El autor es profesor e investigador.