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Empezamos el 2021 en condiciones casi surrealistas. Venimos de un año más que atípico, con unas 2.000 muertes debido a la covid-19, crisis económica y, peor aún, la que creo es la mayor crisis de actitud humana jamás vista, no solo aquí, sino también en otros países. Llegamos al 2021 cargados de interrogantes.
En una carrera científica descomunal, sin precedentes, se desarrollaron en menos de un año varias vacunas contra el virus, salvavidas en medio del agitado mar donde estamos a punto de naufragar o hundirnos.
Pero ¿qué nos pasa? Se oye «yo soy antivacunas» o «las vacunas tienen un chip para controlarnos». ¿Cómo se atreven ciertos grupos religiosos a manipular a sus creyentes utilizando este tipo de aseveraciones? ¿Por qué las personas lo creen? ¿Qué estado de enajenación produce que gentes de todas clases despotriquen contra el desarrollo de vacunas que no difieren de las que nos ponen a todos cuando niños, y son las responsables de que no se haya extinguido la humanidad?
La ciencia detrás del desarrollo de las vacunas es de primera línea. Se trata de científicos que, a pesar de que también se equivocan, conocen su trabajo. De no ser así, no estarían a la vanguardia de la ciencia médica moderna.
Cualquiera de ellos sabe más, muchísimo más que el más preparado de los pastores religiosos, o que el más creído de los internautas que basan su saber —más bien su estupidez o percepción de que saben de lo que hablan— únicamente en las desinformaciones y tonterías que se difunden en la red.
La vacuna hay que ponérsela, y ya. No más discusión, no más tonterías, no más desinformación, no más insensatez.
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Egoísmo comunitario. Multitudes anteponen su hedonismo, egoísmo e injustificada necesidad de diversión a la realidad de que esto no ha pasado aún, de que el contagio está a las puertas de cada hogar, de cada grupo social, de cada playa, de cada calle.
Hay playas atestadas de gente en Argentina, Brasil, Miami, Costa Rica. Hubo fiestas masivas el fin de año y el enemigo es la policía que trata de controlar la diseminación del virus.
¿Qué nos pasa? ¿Cómo se ataca la autoridad que cumple con su deber? Lo más fácil sería dejar que la gente se contagie y que mueran, pero ¿por qué tienen otros que pagar por la actitud incalificable de unos cuantos? Piensen en sus padres, madres, hermanos, hijos, y, si no, hagan sus fiestas, pero quédense aislados y mueran solos. No maten a los demás.
Enigmas mentales. ¿Qué nos pasa? ¿Qué pasa por la mente de alguien para salir a la calle y disparar una AK-47 en medio de la celebración de fin de año al estilo Alepo o Bagdad?¿Cuánta gente así pulula en nuestras calles y barrios? ¿Cómo llegamos a esto?
El año pasado quedará grabado en la historia por la cantidad de homicidios y feminicidios, por la imagen en video de asesinatos cometidos por sicarios, por la guerra en la que nos tiene el narcotráfico.
Algo ocurre también en la mente de ciertos conductores cuando transitan por la carretera 27. ¿Será cólera por tener que pagar por transitar una calle tercermundista? Por alguna razón que desconozco, viajar por esa ruta es una carrera: cuando se ingresa en ella, hay que ir a todo lo que dé el vehículo, hay que rayar por la derecha, no ceder el paso, no ser humillado por alguien que corra más.
Además, del síndrome de la 27 se contagiaron en otras carreteras del país. Este problema ha sido tratado por toda suerte de ciencias mentales, sociólogos, sicólogos, siquiatras en todo el mundo. No solo aquí pasa, pero no sé la respuesta a este tipo de aberraciones que ocurren en la conducta humana cuando se conduce un vehículo.
Esto no ocurre en todos lados ni en todas las carreteras, solo en algunas; algo tienen porque desfiguran la mente humana y la hacen posesiva, agresiva, criminal, enajenada, con reales derechos de impunidad.
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La dignidad del cargo mayor. Cada cuatro años elegimos a un presidente. Solo 55 personas han ostentado ese cargo, el cual, a pesar de nuestra pequeñez como país, tiene la dignidad de la magistratura, de la representatividad del pueblo.
En otros lares la figura del presidente está, y debe estarlo, bajo el escrutinio de la opinión pública. Son incontables los mandatarios y exmandatarios que terminan en la cárcel por todo tipo de razones. Pero de ahí a que el presidente no pueda vacacionar con la familia sin tener que dar cuentas de cada fresco que se tome o cada gallo que se coma, es pasar de lo razonable y lo legal a lo idiota e irrespetuoso.
¿Qué nos pasa? ¿Qué les pasa a los políticos? Hay, por lo menos, un poco de dignidad en el cargo presidencial que debemos respetar todos, hasta los diputados.
El autor es geólogo.
