Educadores, ingenieros, médicos, taxistas, padres de familia e, irónicamente, hasta políticos se han interesado en los resultados del más reciente Informe Estado de la Educación.
Pareciera una sorpresa descubrir la realidad educativa nacional, cuando día tras día nos enfrentamos a ella en escuelas y colegios, en las instituciones públicas, en las calles y en los hogares. Costa Rica no está en crisis en cuanto a educación se refiere; el país, lamentablemente, ha vivido inmerso en una crisis y ha sabido distraerse de ella en los últimos años.
El problema no es la crisis, como señalan algunos “opinólogos”. El problema subyace en haber disfrutado y alegrarse, en esta coyuntura, como si nada sucediese, como si la condición en la que nos encontramos fuera la única posible de vivir.
Esta es la forma de vida mediocre a la que estamos acostumbrados los costarricenses; se hace lo que se puede y, si no hay que hacer nada, mucho mejor.
Todos conocíamos el deterioro del sistema educativo, pero hemos gastado nuestras fuerzas en buscar un responsable. Los padres de familia culpan a los docentes, los estudiantes a sus padres, los docentes al Ministerio de Educación (MEP) y este a las universidades.
Dicho círculo vicioso nos ha costado tiempo, y ni hablar de dinero porque hace más de dos décadas el gobierno invierte en la creación de nuevos planes educativos que ni el propio MEP conoce cuál ha sido su impacto en el sistema.
Sistema obsoleto. Han pasado más de cinco años desde que el MEP presentó el nuevo Programa de Español para primaria, y vemos hoy la decadencia que este ha generado en los niños de primero y segundo grado. Lo vemos nosotros, los familiares de los niños, los docentes que están más cerca de ellos, pero mientras no haya investigaciones acerca del problema, el Ministerio no lo reconocerá.
El sistema educativo está obsoleto, el MEP no propone otra solución salvo cambiar los planes de estudio, los cuales, al igual que ellos, están muy alejados de la realidad costarricense.
Los nuevos planes de estudio responden más a una cultura extranjera que a la nuestra. Los docentes, por su parte, no saben si dar clases, si cambiar el paradigma o si llenar la gran cantidad de papeles exigidos por el MEP. Son los más atacados por estar más cerca del ambiente educativo; sin embargo, son los menos escuchados.
Por otro lado, las universidades mantienen a los futuros educadores en el banquillo, expectantes al juego, en una gran incertidumbre sin saber qué vendrá en el futuro. Se han entrenado durante años para ingresar al partido y no les pasan la bola.
Asunto del gobierno. La crisis educativa nos atañe a todos. No es solo responsabilidad del gobierno generar los cambios, buscar las soluciones. El proceso educativo engloba diversos aspectos y diferentes participantes, no es dable dejar a los estudiantes solos, debemos impedir que el futuro de nuestra sociedad esté en manos de un gobierno al cual cada cuatro años se le antoja un postre diferente.
Recuerdo haber aprendido a escribir a los cinco años y, a los seis, ya sabía leer, no porque mi coeficiente intelectual sea más alto que el de otros, sino porque siempre estuvo en mí el interés por el aprendizaje y mi madre, rápidamente, se dio cuenta de ello.
Todas las tardes, me sentaba a la mesa junto con mis hermanos y, mientras ellos hacían sus tareas, ella aprovechaba para enseñarme a leer, sílaba por sílaba, poco a poco. Posteriormente, cuando entré a primer grado, para mí era una satisfacción completa leer la rutina que la niña escribía en la pizarra y ayudar a mis compañeros que no sabían leer. La educación comienza en el hogar, se incentiva en los centros educativos y se practica en la sociedad.
Otra mentalidad. Ahora, tan cerca de graduarme de profesor de Español, sé a qué me enfrentaré, conozco las debilidades y los retos de la educación costarricense, pero no puedo permitirme culpar a alguien o a algo. Mi deber como docente será ofrecer a las nuevas generaciones lo mejor de mí, motivarlos a aprender, a prepararse para que en el futuro sean mejores personas.
Bajo ninguna circunstancia quiero reproducir el sistema obsoleto que ha dañado a muchas personas y ha incrementado la cantidad de ciudadanos irresponsables, que no leen, no piensan, no son críticos.
Mientras yo visualizo mi estrategia, ¿qué harán el MEP, los padres de familia, las instituciones? ¿Seguiremos revolcándonos en el charco o saldremos de él?
Ya no podemos negar la realidad educativa ni obviar las consecuencias. Debemos responder a una población exponencialmente cambiante, que exige aprender algo nuevo y útil todos los días.
El autor es estudiante de Enseñanza del Castellano y Literatura.