Llegamos a los albores del bicentenario con retos importantes y una sociedad que debe decidir su futuro. Ciertamente, contamos con una de las democracias más sólidas en cuanto a la participación política y su institucionalidad. No obstante, nos embarga la confrontación, la pérdida de confianza en las capacidades de las instituciones y, lo más grave, entre nosotros como ciudadanía.
En las últimas semanas, el país fue consumido por diatribas antisistema, provenientes de algunos autodenominados representantes del pueblo y otros que detentan ser dueños de verdades absolutas. Las fricciones han llegado a tal punto que cualquier comentario genera rencillas de todo tipo y en todos los ámbitos, desde lo privado hasta lo público.
Resulta preocupante la ligereza empleada por quienes ostentan liderazgos políticos al brindar declaraciones contra sus homólogos, organizaciones o el gobierno, sin medir las consecuencias de sus palabras. De igual forma, angustia la presencia de líderes sociales, quienes, enfrascados en constantes dimes y diretes, minan credibilidad a sus posiciones y aprovechan la confusión social para llevar agua a sus molinos. Ante este panorama, cabe preguntarse cómo será la Costa Rica del bicentenario.
No hay respuestas fáciles. Muchos actores sociales dejaron de pensar en el bien común y se dedicaron a imponer su agenda. Olvidaron que el bien supremo radica en el bienestar de la mayoría y se apegan a sus demandas a partir de desprestigiar la institucionalidad y algunos incluso hasta la personalizan. Los ataques suceden ante cualquier decisión porque solo el que critica despiadadamente sabe la vía correcta y, por ende, las alternativas de los otros se asumen erróneas. Así, la confrontación debilita el diálogo, la credibilidad y el debate de altura.
Aunado a lo anterior, una parte de los costarricenses entiende como participación ciudadana el activismo en redes sociales y cree que hay futuro en la determinación de que hemos avanzado para dotar de una gran reputación a Costa Rica y que aún se puede mejorar. Hay un mayor pragmatismo en este grupo respecto a los desafíos para el bicentenario y más allá, pero no se manifiesta cuando precisa una mayor participación.
Es hora de que construyamos un gran proyecto para estar cerca de nuevo, que nos permita pensar en grande y nos llene de ilusiones. Debemos volver a inspirarnos para destacar al país, llevar bienestar a la mayoría de personas, resolver las diferencias a través del diálogo y de forma propositiva. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos contagiarnos de una dosis de optimismo.
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El autor es internacionalista.