Hace unos meses escribí en estas páginas acerca de la milagrosa recuperación de una paciente de la unidad de cuidados intensivos (UCI) del hospital Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia. Una madre de 32 años, con cuatro hijos, que se encuentra hoy en su hogar al lado de su familia y amigos.
Aunque nos gusta escuchar muchas más historias como esta, la realidad es distinta. Desde el inicio de la pandemia, hemos despedido a cientos de personas en nuestras UCI. La madre de mi relato anterior se recuperó, pero otros, lamentablemente, no. Fallecieron y dejaron hijos, hermanos, tíos, padres, abuelos y más seres queridos llorando por ellos.
Pacientes que, de no ser por este virus mortal, cuya amenaza ronda nuestros hogares, estarían en sus casas, atesorando preciosos momentos con sus familias.
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Me tomo el atrevimiento de contarles sobre un joven. Sí, un joven, porque apenas rondaba los 40 años, quien después de estar 90 días en el sistema de oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO, por sus siglas en inglés), escuchó a su esposa embarazada despedirse de él por teléfono, llamada que quien escribe aceptó hacer con gusto.
Otro joven, de 32 años, con obesidad como único factor de riesgo, después de unos días de luchar contra el coronavirus, por medio de una llamada telefónica y a través de unos intercomunicadores, hablo por última vez con la madre, los hermanos, la abuela y amigos que le rogaban seguir luchando por su vida.
Usted puede logrado, está muy joven y en la casa lo esperan, le repetían; sin embargo, el virus fue más fuerte que los buenos deseos y el muchacho falleció unas horas después.
Puedo contarles muchas más historias, todas terminan igual: personas despidiéndose de seres queridos con el dolor en el corazón por no estar ahí en el momento final, quedándose con el sufrimiento de que alguien tan amado por ellos no tuvo a nadie cerca que le dijera «vete, descansa, todo va a estar bien».
El arte de cuidar. Nosotros, los profesionales en Enfermería, cuidamos a las personas, e inevitablemente creamos un vínculo con el enfermo, incluso, en muchas ocasiones, nos referimos al paciente como «mi paciente».
Debido a esa identificación, sentimos alegría cuando una persona sale de la institución en mejores condiciones y nos entristecemos cuando otra fallece.
Después de meses de estar con aquella persona, no despedimos al paciente de equis cama, sino a una persona con identidad, familia, a un abuelo, a un hermano, a un esposo. Es así como los vemos nosotros.
Les aseguro a todos cuantos hayan perdido a un familiar en la unidad de cuidados intensivos en estos tiempos de pandemia que puede que no hayan estado presentes, pero ellos no murieron solos, nadie en este hospital muere solo.
Siempre los acompañamos y nos aseguramos de que no tengan hambre, no tengan dolor, no tengan frío... que tengan, eso sí, una voz al lado que les diga que «ya estuvo bien, luchó valientemente, ya puede descansar, todo va a estar bien».
El autor es enfermero profesional en UCI en el hospital Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia.