La mejor cosecha de café, el mejor proceso y la puntuación de taza de excelencia más alta cuesta caro. Los trabajos son duros y la crítica común es que se vive de explotar laboralmente a otros y se usa mano de obra no calificada, mayormente indocumentada.
¿Cómo no hacerlo si los costarricenses hinchamos el pecho cantando que somos labriegos sencillos, pero la inmensa mayoría no sabe empuñar ni una pala y se avergüenza del trabajo de campo?
Nos jactamos de tener un sistema de educación superior al de toda América Latina y nos vendieron la idea de que somos un país de servicios.
Por otro lado, existe una tendencia a acusar a los dueños de propiedades, independientemente de si es una parcela o muchas hectáreas, de ser capitalistas por el simple hecho de tener un terreno a su nombre y que la generación más estudiada o más preparada no llegará a tener, salvo por herencia.
Mano de obra legal. Lo que realmente se desconoce es que para llegar a tener un grupo de trabajadores en las fincas deben ser cubiertos los gastos desde que estos salen de sus casas en su país natal hasta que llegan a Migración y luego al campo, donde desempeñarán diversos trabajos, ya sea recolectando café, caña, tubérculos, plantas ornamentales u hortalizas.
Debe dárseles vivienda dotada de los servicios mínimos, como agua potable y electricidad, lo cual no está sujeto a cobro, y los servicios deben ser cubiertos por el patrono. El costo de traer a cada una de estas personas ronda los $140, que paga el empleador.
Para sorpresa de muchos, en ocasiones, los trabajadores deciden abandonar las fincas en busca de oportunidades en otro lugar, y llevan consigo lo que encuentren útil en la casa, que, dicho sea de paso, no les pertenece.
Esta situación, en detrimento de quien los contrata, es posible por la facilidad de moverse por todo el territorio, pues el boleto de entrada fue pagado.
Multas cuantiosas. El pasado 2020 cayó un balde de agua fría sobre todos los sectores, y el agro no escapó a la tormenta; sin embargo, se escuchaba, con tono esperanzador, que por dicha ese año el café iba a valer, augurando un buen precio en los mercados internacionales.
Fue un alegrón de burro, porque el Instituto del Café (Icafé), junto con el Ministerio de Salud, mostró sus parámetros para el ingreso de mano de obra agrícola, así como el listado de condiciones que deben reunir las viviendas, fincas y medios de transporte para asegurar el bienestar de todas las personas, lo cual es indudablemente justo, pero también establecieron multas onerosas.
La espera de una buena cosecha se tornó en la solicitud de créditos a las cooperativas para la reconstrucción de casas de peones para adaptarlas a los lineamientos, así como requisitos, en algunos casos absurdos, propuestos por un funcionariado que ignora el teje y maneje de una finca, ya que las conocen solo si tienen un mirador y están respaldadas por un eslogan que diga algo así como «vamos a turistear».
Al sector agrícola se le exige que cumpla como a ningún otro grupo empresarial se le solicita en el país, hay mociones para incrementar el valor fiscal de las tierras, para elevar el cobro de los impuestos o para imponen penas pecuniarias a quienes incumplan los protocolos de salud, que no hay manera posible de respetarlos cuando se está laborando en una ladera. Pagar las multas sería posible únicamente si la finca es vendida.
Cambio histórico. Estamos claros en que el sector ya no se mueve igual que el pequeño país que logró una exportación de café en 1820, porque también llegaron grandes empresas a cambiar la forma de producir, y lo único que queda para dinamizar la economía son los salarios mínimos que pagan.
No podemos terminar de matar lo que una vez fue la gallina de los huevos de oro, porque para nadie es un secreto que ese puesto lo tienen las zonas francas y el sector turístico, y, como dicen los viejos de antes, si el agua esta pa’pelar gallinas el gobierno no dudará en usarla.
El silencio es incómodo cuando, después de una conversación en la que se narran las grandes trabajadas que nos pegamos, alguien pregunta: el negocio del café, ¿deja?
El autor es cafetalero.