De modo muy recurrente, nos topamos en estos días extraños con la idea de que estamos viviendo un “nuevo normal” (mala traducción de la expresión new normal), que no podremos regresar a la vida normal tal cual era antes de la pandemia de la covid-19 y entraremos a una nueva normalidad.
Es de esperar que sepamos muy poco, o casi nada, de lo que eso significa: sus efectos, sus alcances, lo que exige que hagamos.
Para algunos, el término “nueva normalidad” es una forma de expresar el asombro al ver la cotidianidad sacudida y reconfigurada, o bien, una expresión de la nostalgia por lo que antes dábamos por sentado y ahora se disipa con mucha facilidad.
De cualquier manera, la expresión captura una verdad: cuando salgamos de la pandemia, las cosas no serán como antes; estaremos efectivamente frente a una nueva normalidad, y sus características, si bien las desconocemos, nos hacen pensar que se trata de algo nuevo, potente y profundo porque expresan básicamente un cambio de rumbo en la historia humana.
Intentemos hacernos una idea sobre “la nueva normalidad” a través de tres puntos fundamentales.
Precariedad. Primero, un recordatorio: la antigua normalidad, en su generalidad, era precaria. Si pensamos que local y globalmente pasamos de la estabilidad a la inestabilidad, simplemente era porque no estábamos prestando atención, y de pronto nos vimos forzados a observar el mundo.
La nueva normalidad será nueva porque mostrará otros ángulos de la precariedad, pero muy poco probable será nueva porque destierre la precariedad.
Esta no es una razón pesimista, pues los nuevos ángulos podrían ayudarnos más a reparar dicha condición e intentar superarla.
En este sentido, y con respecto a los otros factores que se mencionan abajo, la nueva normalidad estará “sentada en la cerca” y dependerá de lo que hagamos para que ella caiga de un lado o del otro, del lado que permita un mejor estado de cosas a las futuras generaciones o del lado que nos dirige al acabamiento.
Tecnología. Segundo, una caracterización: nos moveremos mucho menos y mucho más rápido; menos en relación con los viajes y encuentros presenciales, especialmente relativos al trabajo, y más en relación con la exigencia propia de la virtualidad; la realidad virtual será más real y exigirá mucha más velocidad tecnológica y también velocidad del pensamiento y la decisión.
Es muy difícil ponderar ese cambio, pero lo deseable será manejar bien esas nuevas velocidades e intensidades de la interacción social en sus respectivas expresiones.
Sobre los tiempos, medios y procedimientos relacionados con las decisiones, ojalá podamos ser lo más finos posible e innovar para bien.
Respecto a las exigencias al pensar, la cosa es todavía más misteriosa, y prefiero expresar el punto de modo metafórico: ojalá las acciones del “mundo de las ideas” en el mercado de valores (el mundo de las ideas de Platón y el de muchos más), alcancen niveles insospechados y que dichos mundos altamente cotizados sean catalizadores de conocimiento fundado y de bien.
Caída de ídolos. Tercero, una certeza: la de saber precisamente lo que no sabemos, es decir, el rumbo que tomará la reconfiguración de los Estados nación y la recomposición del sistema de mercado mundial (ni que decir del local).
No es nuevo el no saber con certeza los rumbos de la humanidad, pero la nueva normalidad es la certeza sobre este momento constitutivo y la sensación de vivir un momento crítico que ojalá no desperdiciemos. Ojalá caigan los ídolos del Estado mínimo y del gran Leviatán.
Finalmente, la nueva normalidad no es nueva en cuanto a las preguntas, fundamentalmente las preguntas por lo bueno y lo correcto (nuestras filosofías morales); es nueva por la profundidad y relevancia que dichas preguntas alcanzan, que se resume en la pregunta por lo que hacemos bien (y lo que significa lo bueno y lo correcto) en los pequeños espacios de la cotidianidad, que también son los espacios no tan pequeños de la cooperación social, de lo público.
La nueva normalidad tiene letra menuda, que en otro momento quisiera esbozar, pero por lo pronto vale colocar la cuestión en este marco general, con alto grado de abstracción.
Comprender tales asuntos en esos niveles eventualmente nos podrá guiar ahí donde tenemos también mucha incertidumbre y peligrosidad, ahí donde está el diablo, en los detalles.
El autor es filósofo y profesor de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica