La ideología es pensamiento interesado: un discurso subordinado a intereses de ciertos grupos sociales. Surgida en el curso de la interacción social, su función consiste en promover y defender intereses particulares.
Ese compromiso resulta definitorio para su papel social. Le corresponde vencer, convencer, persuadir, acreditar o desacreditar, legitimar o deslegitimar, antes que sustentar la validez cognoscitiva de sus planteos.
Incluso, cuando apela a esa validez, lo hace percibiéndola, ante todo, como un recurso retórico, capaz de aplacar dudas, de conquistar y enfervorizar adeptos, así como de acallar y disuadir adversarios.
La ideología no se constituye en un sistema de pensamiento orientado a la labor epistémica, al servicio de la develación de la verdad, abocado a establecerla, apuntalarla, cuestionarla, redefinirla, delimitarla o mostrar sus condicionamientos.
Las verdades ya están definidas de antemano en función de los intereses del grupo a cuyo servicio opera. Lo que le corresponde es procurarles credibilidad a dichas verdades, reparar esa credibilidad cuando ha sido erosionada y restar credibilidad a las verdades del adversario.
La ideología es un arma discursiva. Su lógica procedimental opera en términos autoconfirmatorios: le preocupa más la fuerza persuasiva de sus afirmaciones, que la solidez de estas. Busca siempre darse la razón. El trabajo cognoscitivo que lleva a cabo tiene fijados, por anticipado, su misión y sus objetivos: no está abierta al descubrimiento indiscriminado, sino a la corroboración y ampliación de sus tesis, ya consabidas.
Fe exagerada. Los peligros de la ideología son el autoengaño y el fanatismo. La ceguera autoinfligida que impone a sus adeptos los hace ignorar o minimizar los aspectos que no confirman su esquema, aunque sean centrales, y resaltar los que lo respaldan, aunque sean meros detalles.
Pero esa fe exagerada en la propia verdad puede llevar, asimismo, a acciones contraproducentes, lesivas de los derechos ajenos o los requerimientos de la convivencia; también puede atentar contra los requisitos básicos de una investigación escudriñadora, auténticamente abierta al examen de la verdad.
La ideología es un pensamiento proselitista y militante. Dentro de la dinámica social tiene su razón de ser. No obstante, ha de dejar espacio para otras formas de pensamiento que la limitan y que, en no pocos casos, la desautorizan, pero que, al mismo tiempo, la fortalecen: a veces refrendando sus posiciones desde fuera del compromiso sectario y, en otras ocasiones, proporcionándole argumentos capaces de refrenar su propia inclinación hacia el delirio y los excesos.
La ideología está ineludiblemente asociada a la vida académica; las tareas que esta desempeña la convocan con gran fuerza y le ofrecen un nicho muy favorable. Pero cuando la ideología acaba imponiendo su ley en este ámbito, lo esteriliza a la larga y, con ello, se perjudica a sí misma.
Si la ideología se impone a la academia, malogra a esta y se menoscaba a sí misma. Por último, acabará produciendo sesgadas caricaturas de los procesos, aptas únicamente para el consumo de obcecados.
El autor es filósofo.