Foro: Inacción climática nos acerca al abismo

Algunos científicos piensan que ya sobrepasamos los puntos de inflexión y perdimos el control del clima.

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En la vida, "todo llega, todo pasa, todo cambia”, dice el refrán. Es cierto. Como nuestra propia experiencia nos enseña, todo en el universo parece existir en un estado de flujo y de cambio, desde el cosmos a la geología terrestre o a las sucesivas generaciones de seres vivos que pueblan el planeta.

Para los humanos, no es posible percibir los cambios en el tiempo cósmico o geológico, pues los eventos ocurren lentamente, en cientos de miles o millones de años. Sin embargo, con el lenguaje, la escritura y la ciencia, hemos podido reconstruir eventos que ocurrieron en tiempo cósmico, como el Big Bang; o en el geológico, como las glaciaciones; y gracias, en parte, a la fosilización, la evolución de nuestros ancestros, los vertebrados.

Ya que el cambio parece ser lo normal, ¿por qué, entonces, preocuparnos tanto por el cambio climático? Porque se convirtió en un problema descomunal que, unido a otras alteraciones que hemos causado, pone en juego la vida en la Tierra, humanos incluidos.

Es un hecho. Las evidencias científicas sobre la celeridad y magnitud de dicho cambio se acumulan desde 1958 con la divulgación de la así conocida curva de Keeling, una gráfica que, con base en mediciones precisas, muestra la acumulación de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera terrestre a partir de ese año.

Fue construida por el científico Charles David Keeling, quien en 1958 comenzó a registrar los niveles de CO2 en la atmósfera en un laboratorio en Mauna Loa, Hawái, y que seis décadas después fueron continuadas por su hijo.

La curva, sistemáticamente ascendente, fue la primera evidencia del rápido incremento del CO2 en el ambiente, que se correlaciona casi directamente con la cantidad de combustibles fósiles empleados cada año.

Presagiaba lo que ahora nos dicen hasta la saciedad los expertos climáticos: estamos incrementando aceleradamente el CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI), gases que absorben la energía calórica del sol y aumentan la temperatura del aire.

Como sabemos, los GEI provienen principalmente de actividades humanas, como la deforestación, las quemas, los combustibles fósiles, la agricultura y la ganadería, así como de las industrias y áreas urbanas.

Todas ellas están ligadas al modelo de desarrollo socioeconómico mundial. Requieren replantearse, hacerlas compatibles con la preservación de un clima estable. Son parte de las metas del convenio de cambio climático y del Acuerdo de París de la ONU, que no se están cumpliendo.

Interconectados. Ahora sabemos que, físicamente, la atmósfera y los mares están íntimamente interconectados, y el calor del aire se transfiere rápidamente a las aguas marinas y viceversa, lo que en solo cinco décadas ya ha causado el descongelamiento del Ártico y otros “hielos terrestres”, como los glaciares en montañas.

Al calentarse el mar, ocurren cambios en los patrones de corrientes marinas y un peligroso aumento medible del nivel. Y todo altera el clima y, por ende, las actividades humanas y los procesos naturales en mares y tierra.

Reiterando la pregunta de por qué preocuparnos del cambio climático, cabe agregar que ha existido consenso informado de que todavía hay tiempo para detener un trastorno extremo, pero es necesario tomar acciones globales inmediatas.

La ventana de oportunidad se cierra en pocas décadas, en 20 o 30 años, a lo sumo, estiman los expertos. Además, los procesos de cambio climático podrían llevarnos a “puntos de inflexión o quiebre” (tipping points), que es cuando los procesos se salen de control, al conjugarse factores imprevistos, lo que generaría, en un tiempo aún más corto, una alteración drástica del clima y de las condiciones de vida en la Tierra.

Aceleración. Estos virajes surgen del efecto de la retroalimentación positiva, en lenguaje ingenieril, en que las fases sucesivas se aceleran cada vez más, casi que irreversiblemente.

Algunos científicos, como T. Lenton, de la Universidad de Exeter, piensan que quizá ya hayamos sobrepasado algunos de esos puntos de inflexión y, en consecuencia, perdido el control del clima terrestre.

Lo anterior representa una amenaza existencial enorme, un precipicio de dimensiones difíciles de prever, pero que, necesariamente, debemos evitar valiéndonos de la mejor ciencia y tecnología disponibles, sobre todo de acciones globales drásticas e inmediatas.

El futuro está aquí, pero actuamos como si no estuviera sucediendo nada.

Los autores son científicos.