La pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 sirve, entre otras cosas, para hacer un profundo análisis del camino que como humanidad hemos seguido en los últimos tiempos.
La reflexión nos hará comprender mejor el porqué un minúsculo virus es capaz de poner virtualmente de rodillas a una civilización tecnológicamente avanzada, ayuna de preocupaciones por la naturaleza al no sentirse ya parte de ella ni de las demás formas de vida con las cuales convive en el planeta.
Tras el análisis, quizás, entendamos lo primordial: por nuestro propio bien, debemos reorientar el modelo de desarrollo, claramente insostenible en muchos aspectos.
El meollo de la pandemia está en las raíces mismas de nuestra naturaleza biológica, dado el hecho de que los humanos somos parte de un gran árbol de la vida que conforma toda la diversidad de especies vivientes, virus incluidos.
Lo anterior quiere decir que hay algo en común entre los humanos y los otros seres vivos, lo que ilustra bien el hecho de que un pequeño virus, que no es ni siquiera una célula, sino una molécula de diez millonésimas de milímetro de tamaño, sea capaz de infectar a un ser humano y causar una enfermedad que afecta seriamente a miles de personas y mata a un gran número de ellas. Lo vemos a diario.
Hablamos el mismo idioma. Los virus están compuestos del mismo material genético que todos los seres vivos —ADN o ARN— y por eso las células entienden su lenguaje. Hablan el mismo idioma.
El mensaje u orden que trae este virus a la célula es el de hacer millones de copias suyas, de su material genético y de las proteínas que componen la cápsula que lo protege, y que las mismas células infectadas se encargan de ensamblar.
Los virus se comportan como seres vivos cuando están dentro de una célula, pero fuera de ella son solo una molécula inerte, incapaz de multiplicarse. Están en el umbral de la vida.
Hay razones sólidas para creer que las enfermedades causadas por los virus nos han acompañado desde los albores de la historia. Y nos contagiamos de ellos por contacto directo con otros congéneres, al igual que con animales domésticos y silvestres.
Sin embargo, un hecho ampliamente conocido es el que, en años recientes, las enfermedades infecciosas que pasan de animales a humanos han aumentado y han causado epidemias como ébola, MERS, SARS, sida y zika.
Más aún, como afirma el profesor de la Sociedad Zoológica de Londres Andrew Cunningham en un artículo reciente: “La aparición y diseminación de la covid-19 no fue solo predecible, sino predicha”. Un estudio del 2002-2003 del brote de SARS concluyó que la presencia de un gran reservorio de “virus similares al SARS-1 en murciélagos, ligados a la cultura de comer animales exóticos (silvestres) en el sur de China era una bomba de tiempo”.
Como en la novela de Gabriel García Márquez, es la crónica de una epidemia anunciada por la ciencia, y fue un mensaje del que se hicieron eco personalidades del mundo empresarial como Bill Gates.
De unos a otros. Otros estudios, como el de la Dra. Kate Jones, de la University College de Londres, señalan que de 335 enfermedades emergidas entre 1960 y el 2004, por lo menos el 60 % provenía de animales y, de manera creciente, todas estas, llamadas zoonosis, se ligaban a cambios ambientales y de comportamiento humano.
Jones añade que la destrucción de bosques prístinos impulsada por la extracción de madera, la minería, la agricultura, la construcción de carreteras en zonas distantes, la rápida urbanización y el crecimiento poblacional, pone a la gente en un contacto más cercano con especies de animales con las que nunca había estado.
Numerosas investigaciones en diferentes partes del mundo han llegado a resultados y conclusiones similares. El daño que le hacemos a la naturaleza se revierte.
Las consecuencias de la covid-19 son desgarradoras, tanto por el número de víctimas como por las trágicas formas como las personas son afectadas. Además, vaticinan los expertos, el descalabro socioeconómico que empezamos a sufrir será monumental, con repercusiones profundas.
Sin duda, saldremos de la crisis, pero ya muchos afirman que nunca volveremos al “pasado idílico” en el que, al menos ciertos sectores de la sociedad, habíamos vivido hasta hace tres meses.
Lo mejor que podemos hacer es aprender de esta inesperada y cruel pandemia. En primer lugar, recordemos que somos parte de la naturaleza y que su destino es el nuestro.
Y, dados los avisos, tomar muy en serio la urgencia de discutir, como país, la forma de prepararnos no solo para la próxima epidemia viral, sino también para la maratónica empresa de enfrentar y adaptarnos a los cambios global y climático, otro tipo de epidemia que avanza de manera más pausada y ha sido insistentemente anunciada. ¿Entenderemos como humanidad esta lección del coronavirus?
Los autores son científicos.