Las conferencias de prensa a la 1 p. m., donde el ministro de Salud informa sobre cómo va la lucha contra el coronavirus, generan una sensación de certidumbre, pero no hay que caer en la trampa: el gobierno carece de un plan a largo plazo.
El encierro generalizado no parece que vaya a acabar próximamente. El método es alabado por médicos en el mundo por ser la estrategia más simple y engañosamente barata de todas las opciones posibles, basada en la lógica de que si las personas no tienen contacto entre ellas el virus pierde su medio de transporte.
No obstante, los daños colaterales suponen consecuencias económicas y sociales nefastas, en particular para una economía como la costarricense, en donde el grueso depende del sector terciario (solo el turismo aporta cerca del 8,2 % del PIB y alrededor del 8,8 % de los empleos directos), alrededor del 50 % de los trabajadores se encuentran en la informalidad y la tasa de pobreza es el 21%.
Alguien podría quejarse y decir que mi apunte es frívolo, después de todo, el presidente Alberto Fernández, de Argentina, fue enfático al afirmar que “una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que cae no se levanta más”, en concordancia con el pensamiento de quienes apoyan medidas como la cuarentena.
El comentario resulta irresponsable, cortoplacista, y desconoce el hecho comprobado de que una crisis económica puede derivar fácilmente en un problema de salud pública aún más serio que el coronavirus, como en Estados Unidos, en el 2008.
En ese país, aumentaron el desempleo, la depresión, los suicidios y el consumo de drogas y alcohol. Por lo que quien compre un discurso de esa clase caería en una trampa dialéctica.
Los subsidios son un juego peligroso. La respuesta más obvia para todo aquel que no es economista —y quizás para algunos que lo son— al problema planteado en las líneas anteriores es poner en ejecución un sistema de subsidios a fin de proveer el alimento a las personas afectadas por la pandemia.
Mas no debemos olvidar que “no hay almuerzo gratis”. El dinero debe provenir de algún lado, y aunque el gobierno alegue que no está creando nuevos gastos, está subestimando el problema, pues no se trata solo del gasto, sino también de los ingresos.
La economía está deprimida, aumenta el desempleo y surge el pánico. Si a eso se le suma el hecho de que estamos encerrados en las casas, la tendencia a la baja del consumo se agravará con el tiempo.
La principal fuente de ingresos son los impuestos, que dependen de la actividad económica, pero en la crisis actual, habrá una disminución de la recaudación en los próximos meses, por lo cual, aun manteniendo el nivel de gasto, el gobierno verá aumentado su ya de por sí deteriorado déficit primario. Para lo cual, el mal llamado “impuesto solidario” no representaría una verdadera solución.
Medidas en dos frentes. La disyuntiva entre combatir la covid-19 y salvar la economía no debería existir, como han demostrado países como Taiwán y Japón.
El enfoque para enfrentar el problema debe cambiar. No es una pandemia de un par de semanas —los expertos pronostican, cuando menos, 12—, así que no queda más que acostumbrarse a vivir con el virus.
Proteger a las personas vulnerables, sí, pero dejar a los jóvenes salir a trabajar, usando mascarillas, y a consumir. El país debe minimizar los subsidios, priorizar la reactivación económica, dejar el enfoque casuístico y empezar a utilizar métodos estadísticos de detección masiva de casos.
Únicamente así podremos protegernos de la enfermedad y no condenar a miles a morir de hambre.
El autor es economista.