Si van a derrumbar estatuas y monumentos de quienes de alguna forma defendieron la esclavitud, empiecen por las de George Washington, Thomas Jefferson y los demás Padres Fundadores que incluyeron la esclavitud como práctica en la primera Constitución de Estados Unidos.
El texto original en el artículo 4, sección 2, cláusula tercera, conocida como la “Cláusula de esclavos fugitivos”, manifestaba que si una persona “retenida por servicios o trabajos según las leyes de un estado” escapaba a otro estado, no podía ser liberada de sus obligaciones y, más bien, debía ser devuelta a quien le brindaba tales “servicios y trabajos”. Si bien el término “esclavitud” fue evitado, se colige en la lectura.
Entre los firmantes de la Constitución están George Washington, James Madison, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin y 35 más.
Jefferson no estuvo el día de la firma, pero su intervención fue tan crucial que incluso es reconocido como el padre de la Constitución. La mayor parte de ellos, particularmente Washington y Jefferson, eran terratenientes, dueños de cientos de esclavos negros traídos de África.
El mismo Washington, en su primera magistratura, firmó en 1793 una de las leyes federales más controvertidas y vergonzosas, la llamada Fugitive Slave Act, según la cual cuando un esclavo escapaba a otro estado, su propietario, agente o un abogado quedaban autorizados para arrestarlo y llevarlo ante el juez del sitio donde se encontrara, y, con solo una declaración jurada o declaración ante el juez de que el esclavo le pertenecía y había escapado, aquel debía ordenar la devolución a su “dueño”.
Multas y cárcel. De acuerdo con la Fugitive Slave Act, quien ayudara al esclavo fugitivo debía pagar $500 de multa. Cincuenta y siete años después, la ley fue reformada para hacerla más severa, y se le impuso una multa de $1.000 al policía que incumpliera su obligación de arrestar a los negros sospechosos de ser esclavos fugitivos.
El detenido no tenía derecho a un juicio ni a testificar a su favor. A quienes le ayudaran, aparte de la multa, pasaban seis meses en prisión.
Abraham Lincoln, presidente durante la Guerra Civil y a quien históricamente se le atribuye la abolición de la esclavitud, creía que las diferencias entre los negros y los blancos eran insuperables y la convivencia pacífica entre ambos era prácticamente imposible. Eso, en nuestros modernos estándares, lo convierte en un declarado racista.
En cuanto a su declaratoria de emancipación de los esclavos, los historiadores concuerdan en que fue más una estrategia militar con el propósito de debilitar al ejército confederado y fortalecer al de la Unión, porque él no tenía el poder ni la legitimación para abolir una institución constitucionalmente instaurada.
Para ello, fue necesaria la décima tercera enmienda, promulgada por Andrew Jackson en 1865, dos años después de la proclama de Lincoln.
Mutación. La historia no acaba ahí, pues el problema no se resolvió con esa enmienda, simplemente, tomó una forma diferente: la esclavitud fue abolida, pero se entronizó el racismo; primero, en la forma de los Black Codes y, posteriormente, con las Leyes de Jim Crow, las cuales introdujeron la segregación racial preconizada por Lincoln y la negación a los exesclavos de sus derechos civiles y humanos, situación extendida hasta prácticamente 1964, con la promulgación de la Civil Rights Act.
Estados Unidos nació como una nación racista de la mano de esclavistas como Washington y Jefferson. No porque así lo predeterminaron, sino porque era el statu quo, porque estaba en sus raíces
Por tanto, lejos de dar verdadero sentido a las palabras de la Declaración de Independencia, de que “todos los hombres son creados iguales…”, decidieron no alterarlo y, más bien, fortalecerlo mediante la nefasta “Cláusula de esclavos fugitivos” de la Constitución y con leyes como la de los esclavos fugitivos, que incluso alentaron la cacería de seres humanos a cambio de remuneración.
La esclavitud fue siempre un asunto de permanente tensión durante las décadas siguientes hasta que se llegó a lo que para muchos era inevitable: la Guerra Civil.
Si bien con ella la odiada institución fue finalmente abolida, no lo fue el racismo, profundamente impregnado en el tejido social de la nación, pues el mismo Lincoln era uno de sus más ilustres exponentes. Pero nadie recuerda eso cuando se detiene a contemplar con admiración su majestuoso monumento enfrente del Capitolio.
El autor es abogado.