Los modelos tradicionales se basan en un concepto de competencia enfocado en el “yo”, en mi empresa, en cómo puedo adquirir “yo” una mayor porción del mercado y vender más que los otros.
Son modelos que giran alrededor de las relaciones ganar-perder con respecto a mis competidores propiamente dichos. Pero también aplican con respecto a mis proveedores (buscando que me vendan la mayor cantidad y calidad de materia prima, productos o servicios por el menor precio posible) e incluso mis clientes (buscando venderles la menor cantidad de productos o servicios por el mayor precio posible).
Los modelos económicos modernos necesitan desarrollar una nueva forma de crear oportunidades. El enfoque se debe basar en la colaboración entre agentes económicos, con esfuerzos conjuntos y en las relaciones ganar-ganar, a partir de sinergias y ventajas para todos. Debe procurarse el beneficio de los participantes de la estructura productiva, aprovechando las fortalezas y cualidades de cada uno para crear un ecosistema que impulse la innovación, la eficiencia, las economías de escala y el desarrollo.
El éxito de los modelos depende de la participación de los gobiernos (central y locales), los inversionistas, el sistema financiero, los emprendedores, los desarrolladores inmobiliarios, la empresa privada, la academia y los centros de investigación, cada uno con objetivos particulares, pero con una meta común.
Modelo. Israel es uno de los mejores ejemplos en la creación de ecosistemas como el descrito. En Tel Aviv, en el Silicon Valley del Oriente Próximo, confluyen emprendedores, académicos e inversionistas, así como fondos de capital de riesgo, incubadoras y aceleradoras, empresa privada y gobierno, para generar ideas innovadoras, ejecutarlas y hacerlas crecer.
De este ecosistema israelí han resultado invenciones disruptivas como Waze, la memoria USB, el primer sistema de mensajería instantánea ICQ, el riego por goteo y la desalinización del agua de mar, por citar algunas que han impactado al mundo.
Pero estos modelos no solo existen en las grandes ciudades, sino también en las zonas rurales de Israel. En la comunidad sureña de Beerseba, en medio del desierto de Néguev, se ha creado un gran ecosistema innovador en el que desarrolladores inmobiliarios privados construyeron el Advanced Technologies Park, en asocio con la Universidad de Ben Gurión, que tiene una de las facultades de ingeniería más destacadas del país. En ese parque industrial, se han instalado multinacionales enfocadas en tecnología, con equipos de investigación y desarrollo que se nutren de la universidad y cuentan con incentivos fiscales del Gobierno Central y soluciones de vivienda de la municipalidad. En pocos años, Beerseba pasó de ser una ciudad bíblica en el desierto a una líder en ciberseguridad, agricultura tecnificada (agritech), nanotecnología y salud digital.
Yo, yo, yo. La mayor dificultad para crear tales ecosistemas en Costa Rica y Latinoamérica es el ego: la valoración excesiva de uno mismo, que hace creer a alguien mejor que los demás. El ego hace competir en lugar de coexistir; aleja de los demás en lugar de buscar el apoyo común. Impide articular, fijar metas comunes y mantenerlas en el tiempo. Es indispensable romper los paradigmas, reconocer las debilidades y entender que la unión es primordial.
¿Cómo Costa Rica puede pasar de un “egosistema” a un ecosistema? Hay que crear modelos de negocios sostenibles, basados en la creación colaborativa, encontrando los socios adecuados y, lo más importante, dentro de un ambiente de confianza.
Lo anterior permitirá que los integrantes, aunque compitan, coexistan y progresen juntos hacia un mejor producto, un mejor servicio al cliente, un interés común.
Los primeros ejemplos de ecosistemas en el país deben ser fortalecidos y apoyados, como el sector de ciencias de la vida, creado gracias a un esfuerzo dirigido de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde).
Aunque las primeras empresas llegaron al país en la década de los ochenta, políticas públicas adecuadas impulsadas a partir del 2008 favorecieron la identificación de oportunidades para promover una mayor inversión en el sector. La alta calidad de nuestro talento humano, entre otros factores, permitió que muchas otras empresas se instalaran en Costa Rica.
De esta manera, el sector de ciencias de la vida se expandió, diversificó, sofisticó y encadenó, creando un ecosistema que incluye empresas de investigación y desarrollo, proveedores de materia prima, compañías de manufactura de componentes y productos finales, ensamble, empaquetado, esterilización, consultoría, mantenimiento y reparación, entre otros. Un desarrollo equivalente ha tenido el sector de servicios, no solo en materia contable o financiera, sino en servicios cada vez más sofisticados, como tecnologías digitales, ingeniería, telecomunicaciones, entre otros.
El Ministerio de Comercio Exterior, con el apoyo de la Promotora de Comercio Exterior, lidera un proyecto para la creación sistemática de clústeres regionales en otros sectores e industrias. La buena coordinación de la triple hélice gobierno-academia-sector privado y el abandono de los egosistemas será vital para el éxito de los ecosistemas productivos que, sin duda, generarán empleo, desarrollo económico y progreso social en el territorio nacional.
El autor es presidente de la Junta Directiva de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde).