¿Hay esperanza para la convivencia en la Costa Rica del bicentenario? ¿Cabemos todos en el país que imaginamos? De las discusiones públicas en curso, esta debería ser central; sin embargo, no lo es.
Existen por lo menos tres luchas en proceso que amenazan con volver problemática la relación entre todos y que deberían llamar nuestra atención con prontitud, pues los discursos de odio tienden a imponerse más rápido que el diálogo.
Escenarios. El primer escenario es el conflicto “clasista” que nos agobia. Hay datos repetidos sobre el ensanchamiento de la brecha de desigualdad por el crecimiento del desempleo y del empleo informal. El problema es que estos datos reales han sido reducidos y explotados por varios frentes para consolidar la idea de que estamos presenciando una lucha desatada entre dos países diferentes.
La particularidad de esos discursos es que se han combinado con otro que reduce la realidad a una visión apocalíptica: el país pobre y periférico está dedicado a Dios, mientras que el rico y urbano está entregado a las pasiones y el desenfreno. Si este escenario se cierra del todo en ese discurso de malos contra buenos, las posibilidades de diálogo serán absolutamente imposibles.
El segundo escenario es el del conflicto cultural con respecto a los derechos de las diversidades, la educación pública y ahora, incluso, la sanidad. No se trata de nuevas discusiones, pero sí se observa una consolidación de su uso para la movilización electoral y social. Así, irresponsablemente, al alentar enfrentamientos con categorizaciones reduccionistas políticos, líderes y sindicalistas cosechan frutos sin percatarse del efecto sobre la convivencia cotidiana.
En sus discursos, hacen pensar que se juega el todo por la nada. Se atiza así el enfrentamiento que insiste en la idea de que vivimos en dos Costas Ricas diferentes y excluyentes la una de la otra, y enfrentadas irremediablemente entre sí.
Reduccionismo. El tercer escenario se deriva de ese reduccionismo imperante para vernos y entendernos ya no como nación, sino como grupos en combate. El odio crece sobre visiones simplistas de lo que somos como país, e incluso sobre características vinculadas con la esfera privada: unos son bárbaros y otros civilizados; unos tienen la moral a su favor y los otros son inmorales; unos son devotos y otros ateos, etcétera.
Esa categorización es particularmente alarmante porque explota supuestas divisiones que, sin embargo, son solo percepciones simplistas utilizadas interesadamente. El paso de ahí a la percepción del “contendiente” como inhumano es muy pequeño, como pequeño es el paso hacia la violencia. Además, la contienda no se reduce a una cuestión político-electoral, sino que adquiere vida propia en el día a día.
Como sociedad, no hemos llegado a esos escenarios sin aviso. Nuestro país ha tenido momentos como este en el pasado, pero se han encontrado formas para sostener nuestros lazos de nación y amarrar nuestros vínculos socioculturales, a pesar de los discursos binarios de odio y separación.
Ciertamente, necesitamos políticos y líderes de la sociedad inteligentes que alimenten la convivencia, y eso implica, particularmente, alentar la cercanía. ¿Seguiremos siendo una nación? Necesitamos un nuevo pacto social que permita pensar que Costa Rica celebrará su bicentenario como nación, pero que también le será posible subsistir para ver su tricentenario.
El autor es historiador.