En el artículo de Jethro Masís “Láscaris, Murillo y los antihegelianos” (La Nación, 16/11/19) queda diluida la diferencia entre las cuestiones de fondo más decisivas para objetar ideas fundamentales de Hegel y unas medidas de política universitaria.
Esas dos cuestiones no se implican por sí mismas. Consentir o coartar ciertas medidas (intrauniversitarias u otras) no demuestra nada en cuanto a la perspicacia intelectual de una doctrina.
Mezcla confusionista. El artículo dirige las baterías contra “ver a Hegel borrado...”, como si constituyera una evidencia de que son erróneas las objeciones sustantivas a ese autor. Suscita la impresión de que todo “antihegeliano” que formule objeciones sustantivas contundentes contra ideas claves de Hegel necesita postular también la censura académica para estas.
Hay dos non sequitur elementales. La primera (falacia de atinencia) es que considerar “charlatenesco” todo o buena parte de lo escrito por Hegel no podría menos que abogar por impedir su difusión. Y segunda (falacia de afirmar el consecuente), si no se apoya tal censura, no cabría con coherencia sostener lo de la “charlatanería”.
Además, se encuentra un argumento de autoridad: invocar qué cúmulo de efectos, ya sea en la literatura (número de menciones, influencias sobre otros autores, etc.) o en prácticas sociales (movimientos políticos efectivos, conductas de sectores), hayan tenido o continúen teniendo los pensamientos en cuestión.
Si bien caben relaciones entre los tres planos señalados, resulta no poco desorientador encararlos como si lo juzgado sobre lo primero conlleve necesariamente determinar lo pertinente para lo segundo y lo tercero, o viceversa.
Por lo demás, se asume el simplismo —no poco común— de encarar esas cuestiones como si fuera necesario dictaminar in toto sobre los escritos de Hegel. La disyuntiva de hierro sería: o bien, reverenciarlos a priori (¡fama literaria manda!); o bien, quien ose dudar acerca de tal precomprensión absoluta, estaría desprovisto de “responsabilidad y seriedad intelectual” (dice Masís) y no podría menos que promocionar también el impedir que otros consigan enterarse de tanta sabiduría.
Ignorando las objeciones no formalistas. Murillo se concentró sobre todo en hacer ver que todo pensamiento puramente analítico-deductivo —la lógica formal—, resulta inhábil para captar “el carácter existencial —no meramente formal— del pensamiento filosófico en general y de la lógica hegeliana en particular” (palabras de Masís). Para ello, dirigió su crítica hacia unos ángulos de examen que localizó en el Círculo de Viena, primer Wittgenstein, primer Russell, Frege, etc.
En cambio, ni Murillo ni Láscaris ni nuestro articulista muestran tener sospecha alguna de que el hegelianismo ha recibido críticas fundamentales mediante análisis que no son de carácter lógico-formal: racionalismo crítico (Popper, Albert, Topitsch) y análisis del lenguaje (“embrujamientos” discursivos: Ogden/Richards, segundo Wittgenstein, Ryle, etc.); también son muy pertinentes la Lógica viva de Vaz Ferreira (especialmente su capítulo “Falacias verbo-ideológicas”) y las observaciones de Pareto sobre musica di paroli.
“Dialéctica” hegeliana. Leyendo a Masís, nadie parará mientes en las principales puntualizaciones críticas “existenciales” sobre juegos de lenguaje hegelianos: “espíritu absoluto”, el passe-partout, tesis-antítesis-síntesis, etc.
Leerformeln (fórmulas vacías) hegelianistas visten a posiciones políticas muy variadas. Su prácticamente ilimitada manipulación es compatible con, por ejemplo, tanto los planteamientos del ideólogo procastrista y prochavista Boaventura de Sousa Santos, como también para que otro ideólogo izquierdista, Slavoj Žižek, invoque a Hegel en una dirección opuesta (contrariamente a Boaventura, Žižek se promociona como herético frente a la hegemonía universitaria del marxismo “cultural”).
Fórmulas vacías complementarias. No veo que las observaciones de Masís añadan algo sustancial al texto de Murillo. Mas tal vez cabría analizar, como ejemplo, incluso algunas de las musica di paroli propias con que el primero considera que vale la pena suplementar dicho texto. Por ejemplo, el “anclaje del logos en el terreno de la existencia”; “monstruos que se disfrazan de rigor y de exactitud, pero que —como ya nos advirtió Hegel— no son otra cosa que la más pura indigencia”. No es dable examinarlo aquí.
De todos modos, cabe agradecer al profesor Masís haber puesto a disposición esas observaciones publicadas años atrás. Son ciertamente valiosas, por más que no den cuenta sino de un tipo de objeciones con relevancia muy secundaria para abordar las discusiones de fondo sobre verbalismos de Hegel.
El autor es profesor emérito de la UCR