Persiste la incertidumbre sobre si el curso lectivo 2021 será presencial, virtual o híbrido. Esto ensombrece el regreso a clases, pero la pandemia dio pie a replantear cómo será la enseñanza de ahora en adelante.
De las crisis debemos extraer lecciones y una de estas es cambiar urgentemente la política curricular por otra basada en una visión del siglo XXI e incluir en ella todo lo necesario para llevar a cabo el proyecto educativo marcado por la legislación.
El currículo es la expresión del proyecto educativo que los integrantes de un país o de una nación elaboran con el fin de promover el desarrollo y la socialización de las nuevas generaciones y, en general, de todos sus miembros.
En el currículo se plasman, en mayor o menor medida, las intenciones educativas del país, se señalan las pautas u orientaciones sobre cómo proceder para concretar estas intenciones y comprobar que efectivamente se han alcanzado.
El currículo educativo es básico para garantizar la calidad de la formación de los estudiantes en todas sus etapas (preescolar, primaria y secundaria) así como para asegurar que todos terminen cada curso igual de preparados académicamente hablando.
Decisiones incomprensibles. La educación es algo muy serio y, precisamente por ello, no entiendo por qué la ministra de Educación manifestó que el año entrante reducirá el currículo quitando asignaturas o reduciendo los contenidos de algunas para favorecer la presencia en el aula.
No es el tiempo en el aula lo que impedirá que un estudiante se contamine, sino que en la mayoría de las instituciones educativas la infraestructura no reúne los requisitos básicos para recibir a la población estudiantil ni al personal docente y administrativo.
El currículo nacional define lo que todos los estudiantes deben aprender a través de su experiencia escolar, acortarlo sería negarles el derecho a una educación de calidad.
Antes de tocar el currículo, como pretende la ministra, debe motivarse a los profesionales de la enseñanza para que continúen comprometiéndose con la labor social que desempeñan, a alcanzar propósitos en sus actos educativos, a reflexionar sobre la tarea que desempeñan sobre la práctica docente y sobre lo que le conviene al estudiantado, justificando los principios en los que basará su experiencia educativa, porque ahora no serían objetivos, fines por alcanzar, sino expectativas, posibilidades, esperanzas.
Sería el deseo del docente, sería una sugerencia para saber hacia donde dirigir las actividades educativas, sería aquello que los docentes pueden hacer y no lo que los estudiantes deben lograr.
Este discurso de motivación es mientras pasa la pandemia y cambiamos la política curricular por la nueva, donde se establecerán las nuevas bases de conocimiento, competencias y el uso adecuado de la tecnología para que el costarricense afronte los retos del siglo XXI.
El problema del currículo es educativo, y eso significa que se plantea y resuelve con opciones educativas. Pero esto no es así.
En una entrevista acerca de lo que viene en el 2021, el presidente, Carlos Alvarado, dijo que para el año entrante se prepararan para que los estudiantes realicen la prueba PISA.
Es una prueba que intenta medir no si los alumnos se saben los contenidos de las asignaturas o las áreas de estudio, sino lo que los alumnos saben hacer con lo que han aprendido. Hay tres pruebas con resultados independientes: la competencia lectora, la matemática y la científica.
En vista de la primicia del presidente, después de un curso lectivo 2020 atípico y una propuesta de la ministra de reducir algunos contenidos y eliminar asignaturas para el 2021, cabe preguntar: ¿Está enterado el mandatario de la propuesta curricular para el próximo año expresada por la ministra de Educación?
El autor es administrador educativo.