Foro: A un año de la pandemia

Somos, dijo Pascal, quien penetró profundamente en el ser humano, una caña, la más débil de la naturaleza, pero una caña pensante

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¿Cuál podría ser el camino que transitemos como humanidad hacia una «nueva normalidad», expresión últimamente muy difundida? Quizá una ruta exquisita y, al mismo tiempo, compleja, según lo demuestra el decurso de la historia, sea tratar al otro como persona.

La actual crisis sanitaria parece insistirnos en esto: no son tanto las instituciones o las creencias las que están en crisis, es el mismo ser humano el que lo está. En todo caso, aquellas y estas no subyacen en otro más que en la misma persona.

El ser humano parece desarrollarse dentro de un drama, ¡él mismo es drama!, el drama de su propia existencia, del cual es protagonista fundamental y no simple espectador.

Este drama humano parece deslizarse entre dos extremos: la benevolencia y la brutalidad. No hace falta un enfrentamiento de ideas para ver cuál visión del ser humano es la más certera, o un debate sobre a cuál creencia se aboca la masa, o algunos pocos, para arrodillarse frente a una visión de la persona que tiempos después arroje en la cara la mentira insoslayable de sus propuestas y perversidad. Para verdades, el tiempo.

Quizá haga falta volver a la persona en su dimensión más íntegra, en la riqueza de su constitución y, sobre todo, en lo que lo hace no un ente aislado, sino un eslabón, capaz de interrelacionarse y dejar huella, preparado para montar sobre sus hombros la generación venidera y mirar horizontes que antes eran insospechados.

No se trata tanto sobre lo que alguien pueda decir que es el ser humano y que tarde o temprano su respuesta sea tan cerrada que deje fuera su virtualidad, incapaz de ser encarcelada en unas líneas, ¡se trata sobre su suidad! (Zubiri), su especificidad más genuina en cualquier tiempo y que no admite dilación en ser reconocida, no solo frente a los demás, sino, en primerísimo lugar, ante sí mismo.

Seres cósmicos. Algunos considerables físicos cuánticos y cosmólogos en la actualidad hablan de la lógica del universo bajo redes de interretrorrelaciones. Fuera de la relación parece que no existe nada. Otros hablan del ser humano como un rizoma: un entramado de relaciones. El Ich und Du de Buber.

Sin afán de definir, somos una especie de seres cósmicos formados por los elementos físico-químicos que componen todo organismo, 20 amoniácidos y cuatro bases fosfatadas, formadas por más de 3.000 millones de años en el corazón de las grandes estrellas rojas después del big bang.

Al ser lanzadas en todas direcciones, se formaron las galaxias, el Sol y nuestro planeta. Vivimos en uno de esos millones de galaxias, a 27.000 años luz, según los expertos, del centro de la Vía Láctea, en un planeta pequeñísimo. Tras un largo proceso evolutivo, quizá unos 13.700 millones de años, una parte de la evolución empezó a dudar, entender, afirmar, negar, querer, no querer, imaginar (Descartes).

Esa «parte» de la evolución deriva en la rama de los vertebrados, mamífero, sexuado, del género Homo, de la especie sapiens demens (Morin), con un cuerpo y millones de bacterias, un cerebro de más de 100 millones de neuronas que le permiten controlar los movimientos instintivos, la afectividad y la capacidad de conceptualizar el mundo.

Relaciones recíprocas. ¡Somos la parte de la evolución consciente del otro y de sí mismo, capaz de pensar y amar! Con una psique abierta al otro, a la naturaleza, que crea cultura, significado, que se pregunta y, sobre todo, coopera.

Parece estar inscrito en las entrañas del universo que la relación y la cooperación son ineludibles, aún más, constitutivas del ser humano. Ni siquiera él podría ser si otros no se hubieran relacionado y cooperado, con consciencia o sin ella (¡increíble drama, a veces benevolente, a veces brutal!).

En fin, le cedo la palabra a Pascal, quien penetró profundamente en el ser humano y lo retrata como una caña, la más débil de la naturaleza, pero una caña pensante.

Quizá, como parte del arte de pensar, no pocas veces venido a menos, haya que dilucidar una capacidad apremiante en tiempos de crisis, pensemos, ¡sí!, pero, como decía el filósofo francés, trabajemos (¡no yuxtapuestos, no homogeneizados, sí federados!) en pensar bien.

dariomoyaaraya@hotmail.com

El autor es estudiante universitario.