FARO y otras luces

El impacto, positivo o negativo, sobre nuestros niños y adolescentes dependerá de cómo funcionen y den respuestas oportunas los sistemas de apoyo.

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Las pruebas FARO (Fortalecimiento de Aprendizajes para la Renovación de Oportunidades) del Ministerio de Educación Pública (MEP) son una opción innovadora. Sin dejar de evaluar como tal, se convertirían en un intento de integralidad del proceso educativo.

Es una oportunidad para renovar los aprendizajes y fortalecerlos, con análisis y acompañamiento, así como decidir y medir mejoras. Uno de los principales cambios es pasar de un modelo de medición de contenidos a uno de evaluación de habilidades y competencias de los estudiantes.

Mediante este modelo se contará con un esquema permanente de evaluación, con la posibilidad de ajustes individuales en el aprendizaje del estudiante, y no deben ser las pruebas en sí mismas un obstáculo insalvable para concluir con éxito la secundaria, como en los exámenes de bachillerato.

En paralelo, se anuncia la incorporación de la evaluación de los docentes por los estudiantes y se ejecutará un método de selección de maestros y profesores, una de las mayores debilidades del sistema educativo.

Noticia esperanzadora. Después de 30 años de un bachillerato sin cambios significativos, excepto por la introducción del Programa de Afectividad y Sexualidad Integral, esta noticia es esperanzadora.

Sin embargo, no deja de preocupar lo que por muchos años se consolidó en el sistema educativo: homologar la calidad del ser buen estudiante exclusivamente por el rendimiento académico, entiéndase que tiene buenas notas. Lo anterior ha hecho que el sistema funcione casi, exclusivamente, alrededor de expectativas puramente academicistas, promoviendo directa o indirectamente la expulsión de quienes no responden a ese modelo, lo cual se acentúa en secundaria.

No estoy en contra de que los estudiantes y el sistema educativo busquen la excelencia académica, pero sin perder el norte de que ese no es el todo, sino una parte de un concepto más amplio: el desarrollo humano. Lo que subyace en el modelo FARO puede convertirse en un paso significativo en ese sentido.

El concepto de desarrollo humano implica que parte consustancial del sistema educativo es el desarrollo integral de las personas, en donde la solidaridad, el compromiso, el juego, la iniciativa y la creatividad son pilares básicos y el rendimiento académico se integra, sin convertirse en su razón de ser. Espacios que deben formar parte de la plantilla curricular deben ser el deporte, el arte en todas sus manifestaciones y la participación social. Su ejecución no debe depender de si el ministro de turno tiene la sensibilidad y el conocimiento para comprender lo fundamental de esos espacios.

Un elemento también central es que los padres, los educadores, los estudiantes y la comunidad interaccionen para convertir el modelo en un verdadero sistema de apoyo, que dé contención, ofrezca oportunidades y busque soluciones a los problemas relacionados con el rendimiento académico o no.

Enfoque equivocado. Haberse enfocado de manera hipertrofiada en lo puramente academicista hizo perder posibilidades de prevención y de detección temprana de problemáticas sociales complejas, que afectan a los estudiantes y amenazan su permanencia escolar, y que son responsabilidad del sistema educativo el detectarlas e intervenir: drogas, bullying, abuso sexual, físico y emocional, embarazo adolescente, depresión, intentos de suicidio y suicidio, violencia intrafamiliar, anorexia, bulimia y obesidad, entre otros.

Sin un verdadero modelo de comunidad estudiantil enfocado en el desarrollo integral de las personas y que incorpore a todos los actores, estaremos dando una débil respuesta a las demandas y amenazas de un mundo cada vez más complejo y desafiante, y alejándonos de las necesidades más íntimas de los estudiantes.

El impacto, positivo o negativo, sobre nuestros niños y adolescentes dependerá de cómo funcionen y den respuestas oportunas los sistemas de apoyo, siendo, sin discusión, fundamentales la familia y el sistema educativo.

Acercarnos a ese modelo de integralidad respondería al planteamiento del biólogo, filósofo y educador chileno Humberto Maturana, quien resalta que amar educa: “Cuando decimos que amar educa, lo que decimos es que el amar como espacio que acogemos al otro, que lo dejamos aparecer, en el que escuchamos lo que dice sin negarlo desde un prejuicio, supuesto, o teoría, (y esto) va a transformar en la educación que nosotros queremos. Una persona que reflexiona, pregunta, que es autónoma, que decide por sí misma”.

morabecr@gmail.com

Médico pediatra.