Leer un libro manuscrito iluminado medieval, de los que hoy solo se encuentran en lugares como el Museo Británico, en Londres (el otrora sitio favorito de Carlos Marx), el Museo J. P. Getty en Brentwood, California (uno de mis favoritos), y, ciertamente, en el Vaticano, no es fácil. La dificultad no solo es atribuible a que generalmente están escritos en latín, en caligrafía antigua, con bellas ilustraciones que distraen al lector, sino a que no suelen tener la forma que hoy conocemos.
Una porción de un escrito antiguo típico, como los evangelios y algunos del siglo IV, podría ser: “ponciopilatofuecrucificadomuertoysepultado”. Aquí veo algo raro, diría un lector contemporáneo. Lo raro es que las palabras no están separadas por espacios, ni por signos de puntuación; tampoco se utilizan mayúsculas para los nombres propios. Por eso es facilísimo concluir algo indebido, como que el crucificado a quien se refiere el credo de los Apóstoles, de donde proviene la cita, es Pilato y no Jesucristo.
En todo escrito la puntuación es clave. Es clave, pero no es única y hasta podría ser cambiante. De hecho, cambia un poco de un idioma a otro. Los jóvenes de hoy no parecen respetarla mucho y se las agencian para escribir sin comas, puntos y mayúsculas. Tampoco les interesa mucho la gramática o la ortografía, no solo porque, de ser el caso, la máquina (sea una PC o un celular) se las corrige, sino porque para ellos lo importante es que el destinatario entienda el mensaje. En cambio, han adoptado formas como #tópico, saludos a tod@s; signos de humildad como :-); y enfáticas llamadas de atención como “”.
Muchos proponen tirar al baúl de los recuerdos, por “inútiles”, signos como el punto y coma, el punto y aparte, los dos puntos y los signos de exclamación. Algunos, los más prácticos, hasta proponen eliminar las tildes. Ninguno, por dicha, propone eliminar los espacios entre palabras. Pero aun las comas, como lo atestigua la cita del credo hecha arriba, son de enorme importancia.
¡Cuán sosa sería la lectura de un ensayo, novela o poesía si careciera de la puntuación correcta! ¿Quién concibe hoy un libro bíblico que no estuviera convenientemente divido en capítulos y versículos?
Recién seguí un interesante debate internacional –entre un habitante de Singapur y un canadiense– sobre la utilidad del punto y coma. El primero favorecía su eliminación, aduciendo que se trata de un hermafrodita, pues, a fin de cuentas, no es ni punto ni coma, sino algo intermedio. En la otra esquina del cuadrilátero, el canadiense defendía, con gran elegancia, su uso.
Este fue su argumento: en un escrito, el punto y coma es más interesante que el punto; pues mientras este dice que algo terminó, que no espere el lector más del escrito, el punto y coma indica que viene algo más; algo que se suma a la idea principal; que la aclara e ilumina.
Yo me incliné por el razonamiento del canadiense, porque, como dice una recordada canción: “Quiero volver a empezar; porque sin tu amor no es vida mi vida; porque…”.
El autor es economista y escritor.