No soy economista, soy un ciudadano común y silvestre; sin embargo, quisiera manifestarle a la señora Presidenta que con profunda preocupación leo diariamente en los periódicos sobre la desesperada lucha que ella, su ministro de Hacienda y demás miembros de gabinete hacen para que la Asamblea, a toda costa y a cualquier precio, apruebe su voraz paquete fiscal.
Cada día queda más claro que el Gobierno, y, por ende el país, está en una profunda crisis que ella llama fiscal, pero que en realidad hace rato ya se siente como evidentemente económica y que es resultado, principalmente, de un aparato estatal ineficiente y de tamaño desproporcionado, que ya resulta inmanejable, gracias a nuestros 4 o 5 más recientes Gobiernos y el de Laura Chinchilla, que pareciera que solo quiere seguir la fiesta del gasto gubernamental creciente e incontrolado.
Ojalá ese gasto excesivo se reflejara en obra y servicios públicos cada vez más eficientes y de calidad. Si así fuera ya el paquete se habría aprobado hace rato, pero basta salir de la casa para caerse en un hueco en la acera (si es que hay acera) y ver las deterioradas condiciones de nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestras carreteras, nuestros acueductos, la inseguridad reinante en la ciudad y en el campo, etc.
Sin embargo, todos sabemos que la abrumadora mayoría del gasto público se va en salarios, y eso que no se pagan todas las cargas sociales a tiempo. Claro que bajar el gasto público implica bajar el empleo del Gobierno e impulsar agresivamente un sector privado que absorba esa mano de obra que esté dispuesta a abandonar las comodidades del sector público y competir abiertamente por un empleo de calidad en lo privado.
Lo más triste de todo esto es que la Presidenta y su gabinete amenazan ahora con que el atraso en aprobar el paquete resultará inevitablemente en una crisis económica con escalada inflacionaria porque subirán bruscamente las tasas de interés y el tipo de cambio y, por ende, la atención de la deuda del Gobierno, agravando así aún más el ya inmanejable déficit fiscal.
Doña Laura, ¿por qué para atender este enorme déficit fiscal no habla usted de bajar los gastos del Gobierno? ¿Por qué no nos da miedo subir impuestos, pero sí nos aterra hablar de bajar el gasto público? ¿Será porque es políticamente impopular reducir el tamaño del Estado? Creo que más impopular y catastrófico va a ser cuando el descontrolado crecimiento del gasto gubernamental nos lleve a idéntica situación que Grecia o Italia, países ambos que, siendo mucho más grandes y poderosos que nosotros, ahora se han visto forzados por la crisis a cortar dramáticamente y sin contemplación el tamaño del Estado para bajar el gasto público. O sea que esperaron entrar en crisis para hacer lo que debieron hacer antes para precisamente evitar la crisis. ¿Qué esperamos? ¿Un milagro divino? Tenga por seguro que en forma de milagro no vendrá la solución a los problemas que nosotros mismos creamos.
Yo todavía confío en su capacidad intelectual y política. Por favor, no me demuestre que estoy equivocado.