No toda persona está dispuesta a difundir una idea cuando esta parece alocada y, además, el hacerlo puede perjudicarla. Pero Sócrates, Jesús y Galileo, entre otros, en su momento lo hicieron. Comentaré aquí este último caso.
La historia tiene lugar en Italia en los primeros años del siglo XVII. El tema era si el Sol se desplaza alrededor de la Tierra, o si el fenómeno es al revés. En ese entonces, la primera posición era la modal, pues uno ve que el Sol se levanta cada mañana por el lado este, se eleva a un paso sincronizado por el firmamento y se acuesta por el oeste, para que las estrellas hagan por las noches un paseo semejante. La Iglesia también favorecía esta tesis, expuesta hacía muchos siglos por Claudio Ptolomeo, pues encontraba que era la prescrita por la Biblia: por ejemplo, en el Salmo 103:5.
Galileo. La idea contraria, heliocéntrica, la había elaborado Nicolás Copérnico desde 1543, y expuesto en su libro De revolutionibus, pero por su contenido altamente teórico solo era conocido, si acaso, en el mundo académico. Galileo Galilei, utilizando el telescopio, que él contribuyó a refinar, comenzó a recolectar evidencia empírica que favorecía la tesis copernicana, por lo demás revolucionaria y que hasta parecía alocada. En efecto, si la Tierra hace un giro diario sobre su propio eje, tendría que hacerlo a una velocidad que en su ecuador sería de, aproximadamente, 1.700 kilómetros por hora (km/hora), y su viaje anual alrededor del Sol debería ser a una velocidad promedio significativamente mayor, superior a los 110.000 km/hora. No podría haber partidos de fútbol porque la bola que se lanza al aire caería fuera del estadio y los pájaros al volar verían que sus nidos rápidamente los dejarían perdidos en el espacio. (La teoría de la gravitación universal, de Isaac Newton, posteriormente explicó por qué no había que temer que esto último ocurriera).
Pero responderían los copernicanos: “¿Acaso no tendría que ser tan veloz el viaje diario del Sol alrededor de la Tierra y muchísimo más rápido el de las distantes estrellas, si se acepta la tesis de Ptolomeo?”. La respuesta es que sí. Y Galileo no dejaba de exponer –en cenas, debates y, luego, en un libro que resultó ser muy controversial– su posición favorable a la tesis de Copérnico. A este libro me referiré más adelante
Andrés Vesalio, también en 1543, había demostrado, con esqueletos en mano, que los hombres tenían el mismo número de costillas que las mujeres, y eso parecía contradecir el versículo del libro del Génesis, según el cual a partir de una costilla de Adán fue creada Eva. A estos avances de la filosofía (que así se llamaba entonces a toda la ciencia) se sumaba el hecho de que, unos años antes (en 1517, con la publicación de sus 95 Tesis ), Martín Lutero había iniciado un movimiento teológico que afectó seriamente a la Iglesia católica, lo cual la llevó a tomar una posición defensiva con la Contrarreforma.
Como parte de esa defensa, en 1559, bajo el papado de Pablo V, se produjo el primer Índice de Libros Prohibidos. Toda nueva publicación, científica o de cualquier naturaleza, debía ser aprobada de previo, y la que tenía en mente Galileo – Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano – debió pasar por ese proceso de censura. (Valga decir que Lutero también favorecía la censura previa). Ya, desde 1616, las autoridades religiosas habían prevenido a Galileo de que sus ideas heliocéntricas podrían ser divulgadas como hipótesis, mas no como hechos comprobados. Pero Galileo quería hacer lo segundo.
Galileo escribió muy hábilmente el Diálogo, utilizando tres personajes: Salviati, académico que representó su visión y la de Copérnico; Simplicio, grotesco personaje que defendió a Ptolomeo, y Sagredo, un neófito inteligente que representa el punto de vista neutral. Además, dice en el subtítulo de la obra que en ella se “exponen las razones que aportan una y otra parte”. Pero a los censores no les gustó lo que leyeron, pues lo consideraron una egregia herejía, toda vez que estaba a favor de la tesis heliocéntrica copernicana. El que la publicación, hecha en Florencia en el año 1632, fuera en lengua vulgar, italiano, en vez de en latín, también fue motivo de preocupación, pues era de aceptación casi generalizada que los destinatarios de los libros debían ser “las personas cultas, no la gente de la calle”. La publicación del Diálogo dio origen a uno de los juicios más famosos de la historia.
Inquisidores. En 1633 tiene lugar, en Roma, un juicio contra Galileo, quien sostenía que Dios escribió las leyes del Universo en lenguaje matemático y geométrico de triángulos, círculos y figuras semejantes, profesaba la religión católica y cuyas hijas, Arcángela y Celeste, eran monjas. Difícilmente podría considerársele enemigo de la Iglesia, pero también era amigo de lo que él consideraba la verdad científica. Los inquisidores, recordándole la advertencia de 1616, le piden, so pena de prisión, abjurar de sus ideas heliocéntricas, lo cual hace, y a cambio recibe, cuando tenía 70 años de edad y su salud flaqueaba, una condena de arresto domiciliario de por vida. Dicen que, ante la condena, Galileo pronunció, para su tranquilidad, una frase que a la postre se hizo famosa: “Eppur si mueve” (“Y, sin embargo, se mueve” la Tierra alrededor del Sol). Pero los registros oficiales del juicio no parecen haberla recogido.
El libro Diálogos se incluyó en el Índice de Libros Prohibidos, donde permaneció hasta el año 1822. Sin embargo, como esa medida difícilmente podía hacerse cumplir en todas las ciudades, la obra fue traducida a varios idiomas y divulgada de todas maneras. En 1939, recién electo, en su primer discurso ante la Academia Pontificia de las Ciencias, el papa Pio XII describió a Galileo como “el más audaz héroe de la investigación... sin miedos a lo preestablecido y los riesgos en su camino, ni temor a romper los monumentos”. Finalmente, en 1992, Juan Pablo II, ante la misma Academia, rindió homenaje al sabio y pidió perdón por los errores que hubieran cometido los hombres de la Iglesia a lo largo de la historia. Errare humanum est.