El tren de los hombres

Un hombre debe demostrar siempre que está en pleno ejercicio de su masculinidad.

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Nos encontramos sumamente conmocionados por la partida carente de sentido de uno de nuestros jóvenes colegiales. Lo imagino feliz, hace solo unas semanas, esperando el inicio de su año lectivo, jugando con sus amigos lleno de ilusiones y expectativas frente a la oportunidad de asistir a la secundaria.

Quizás hasta también tendría un poco de ansiedad y temor por esa vida colegial que lo acercaba a nuevos horizontes: elección vocacional, trabajos académicos con mayor exigencia, asumir sus cambios corporales, tal vez alguna amiga especial, bailes, paseos, exámenes complicados y tantas otras experiencias maravillosas que se viven en el colegio y se atesoran por siempre.

Asimismo, puedo imaginar a su familia apoyándole y deseándole lo mejor para el futuro. Acompañándole en sus primeros pasos y sus primeras palabras. Sintiendo sus abrazos, oyendo sus carcajadas y viéndole crecer año con año. Son tantas las razones que existen para considerar que este hecho que atestiguamos en plaza González Víquez solo puede describirse como doloroso, terrible y muy lamentable. ¿Cómo es que un joven iniciando sétimo año en una institución de tan larga trayectoria haya debido beber un trago tan amargo?

Sociedad machista. Mientras las investigaciones del OIJ no digan lo contrario, dadas las ingratas anécdotas contadas por otros estudiantes del Liceo de Costa Rica, debemos suponer que este resultado fatal podría tener relación con la vivencia en una sociedad fundamentada en principios machistas, misóginos, patriarcales y, por tanto, eminentemente violenta: ¿Nuestra sociedad empujó a Sebastián hacia ese tren que le arrebató la vida?

Porque sí, me duele mucho este hecho, y sí, yo sí me siento en parte responsable por su pérdida. Porque al no haber alzado mi voz más fuerte desde los diferentes espacios que ocupo, he dejado de construir un alero para que tantos y tantos muchachos por todo el país pudiesen cobijarse de burlas, ofensas, chotas y demás presiones que reciben de sus pares; siento hoy que también, a la distancia, le fallé a él y le sigo fallando a muchos otros jóvenes.

Porque todos los hombres hemos recibido presiones. Puede ignorarse, pero es la cruda realidad de la masculinidad tóxica: lanzarse a una poza, agarrar un toro por los cuernos, bajar en bicicleta una cuesta pronunciada y no tocar los frenos, resolver los conflictos a golpes, obviar los consejos de la mamá o el papá, golpear a los hermanos menores, abusar del licor o usar drogas ilegales, en fin, miles de marcadores de virilidad que les demuestren a los otros hombres que merecemos ser considerados parte del grupo, que tenemos la suficiente testosterona para que nuestro nombre sea registrado en los archivos de la tribu.

Presión en la adultez. Esto no se circunscribe a la adolescencia o juventud. Las presiones por el éxito económico y el reconocimiento social permanecen toda la vida. Un hombre debe demostrar siempre que está en pleno ejercicio de su masculinidad.

¡Qué lamentable que yo no pueda vivir mi vida como considere mejor! Y esa danza macabra la dictan y sostienen las canciones, los refranes populares, los videos por la tele, las tradiciones, los videojuegos y las frases familiares.

Así, me controlan los compañeros, porque a eso se reduce todo: al ejercicio del poder de unos pocos sobre otros y muchos para controlar la vida y los cuerpos de la otra gente.

Debo siempre probar a los otros, así lo corroboramos con tristeza hoy, que estoy listo para aceptar cualquier reto. Aunque ese desafío me separe para siempre de mis seres queridos.

Es imprescindible subirnos a un nuevo tren donde encontremos espacios seguros, cálidos, respetuosos y totalmente libres de discriminación, donde los hombres podamos, junto con otros hombres, revisar la construcción de nuestra identidad y promover la transformación tan necesaria hacia masculinidades igualitarias que aporten para nuestro crecimiento personal.

El autor es ingeniero industrial.