En circunstancias de incertidumbre y confusión como las que estamos viviendo, conviene infundir certeza y brindar orientación y conducción para la esperanza y el positivismo.
La situación económica es compleja. Vemos diariamente cómo el poder adquisitivo disminuye, que el desempleo se recupera muy lentamente solo en algunos sectores, que el costo de la canasta básica crece constantemente y el precio de los combustibles alcanza cifras inimaginables, completando el círculo del incremento en el costo de vida.
Debemos analizar la situación con serenidad y empuje. Desacreditar al país, destacar deficiencias —incluso algunas inexistentes— o confrontar sin reconocer las capacidades de respuesta con enfoques constructivos conlleva el riesgo de abandonar los caminos que forman parte de nuestro quehacer e identidad, herir nuestros lazos sociales, introducir amargura que puede desembocar en la polarización destructiva que sufren otros países.
Conviene, por ende, preservar los valores costarricenses que nos han caracterizado: la solidaridad, la amistad, el apoyo mutuo y la innovación social, que nos colocan en el mundo como uno de los países que ostentan los mejores indicadores de calidad de vida, incluso entre los más felices.
Se debe tener el horizonte de un mañana mejor, la vida continuará y lucharemos por mejores tiempos, no tengo la menor duda.
Sin embargo, hay que crear condiciones anímicas positivas, relaciones de confianza, certeza y oportunidad. Este fenómeno no sucederá espontáneamente, hay que crear las condiciones objetivas, hay que cultivarlo, hay que trabajarlo arduamente en la sociedad.
Por esa razón, es indispensable eliminar toda forma de pensamiento negativo y fomento de la conflictividad; las apariciones públicas de las autoridades nacionales deberían incorporar mensajes de esperanza y acción, que sean realistas, con los pies en el suelo y perspectivas integradoras.
No se trata de soñar despiertos, sino de sacar lo mejor que tenemos los costarricenses, nuestro optimismo en el futuro, nuestra capacidad de convertir malos momentos en excelentes oportunidades para crear, reinventar y simplificar las cosas.
Hay esperanza y riqueza social, comencemos cada uno en nuestras familias y en los centros de trabajo a proponernos salir adelante, como tantas veces lo hicieron nuestros padres y nuestros abuelos.
El autor es exministro de Salud.