Quizá el mayor sueño del ser humano es tener una casa propia. Este objetivo es de tal relevancia, que trasciende el tema económico y toca aspectos psicológicos, de seguridad y de bienestar familiar.
En ese sentido, hace unos días, conversando con varios amigos, recordábamos lo difícil que era, hace unos años, tener casa propia. Si usted, amigo lector, tiene más de 40 años, recordará que en aquel entonces las opciones de financiamiento de una casa eran muy escasas. Existían solo tres oportunidades: nacer en el seno de una familia adinerada, sacarse la lotería o recurrir a un engorroso préstamo con la Caja Costarricense de Seguro Social o con el Instituto Nacional de Seguros (o tener alguna “pata” en esas entidades para que le ayudaran a conseguir y agilizar el desembolso).
Y había que correr, porque ambas entidades designaban una suma anual para préstamos que, normalmente, se agotaba en cuestión de semanas. Una vez alcanzado el tope, cerraban el crédito hasta el otro año... Y las familias seguían esperando y rezando por una nueva oportunidad.
Evolución. Los costarricenses somos de memoria corta y nos cuesta valorar la evolución que ha tenido nuestro sistema económico. En este caso particular, gracias al sistema bancario mixto y a la apertura bancaria con la reforma de la ley del Banco Central en 1995, se generó un dinamismo y un ambiente competitivo, que ha permitido innovar, buscar nuevas fuentes de financiamiento, campañas de promoción, alianzas con desarrolladores y nuevas formas de hacer las cosas, que cambiaron radicalmente el financiamiento de vivienda en el país.
De 1998 a setiembre del 2014, los bancos costarricenses otorgaron 238.855 créditos para vivienda, una cifra muy importante si se toma en cuenta que el año pasado existían alrededor de 1,4 millones de viviendas en el país.
Estas operaciones tienen un valor superior a los ¢7,2 miles de millones, y la totalidad del crédito hipotecario en el país se aproxima ya al 30% de todo el saldo de financiamiento al sector privado costarricense.
Hoy, no sólo es cuestión de días para obtener el dinero y pasar de inquilino a propietario, sino que la competencia beneficia a los consumidores con intereses más bajos, plazos más largos, opciones de monedas y otra serie de innovaciones.
Por ejemplo, en 1998 el plazo promedio de un crédito hipotecario era 14 años, mientras que en 2014 fue de 26 años. Eso significa cuotas más bajas y accesibles. Así, un préstamo en 1998 a 14 años en términos reales pagaba ¢185.000 mensuales, mientras que a 26 años, se reduce a ¢157.000.
La competencia también bajó los intereses: en 1997 el interés real promedio en colones era 11,99 %, mientras que el año pasado fue 7,46%. En ese mismo lapso, los préstamos en dólares se redujeron de 10,75% a 8,22%.
Ciertamente, los préstamos para vivienda generan negocio a los bancos –pues de lo contrario la actividad no sería sostenible–, pero el impacto en el dinamismo de la economía y el efecto multiplicador en el sector construcción, convierten esta actividad en estratégica y crítica para el crecimiento económico y la generación de empleo.
Lo más llamativo de esta historia es que nuestro sistema bancario, mixto y competitivo, ha permitido que más familias costarricenses se transformen en propietarios, convirtiendo un gasto mensual de pago de alquileres, en una inversión de capital propio que da seguridad y tranquilidad futura.
El último informe del Estado de la Nación enfatiza que el acceso al crédito cumple un papel fundamental en el ciclo de vida de las personas, permitiendo financiar compras que, por su valor, resultarían imposibles con el ahorro acumulado de los hogares.
Y agrega: “Esta posibilidad incrementa el bienestar de las familias…y se convierte en un factor crucial para propiciar mayor igualdad de oportunidades en el futuro”.
Como miembros del Sistema Bancario Nacional, nos sentimos muy orgullosos –no importa si se trata de banca estatal o privada– de haber contribuido a democratizar el techo en nuestro país y a que usted, amigo lector, ya no tenga que angustiarse para darle un techo digno y propio a su familia.
Sueño con que este dinamismo, crecimiento y positivismo se siga generando en otras áreas de actividad económica, producto de la competencia, apertura y eficiencia económica.
El autor es director de la Asociación Bancaria Costarricense (ABC).