La presentación de una obra de Shakespeare siempre es una buena noticia. Puede haber discrepancias sobre cuál drama, comedia o tragedia es la mejor de todas, pero nadie puede negar que todo lo que produjo el bardo de Stratford-upon-Avon es extraordinario. En Londres existe una compañía teatral que presenta todas sus obras todo el año, pero también se pueden disfrutar, no con esta continuidad, en Rusia o en China, o en cualquier país del mundo y en cualquier idioma.
En Costa Rica hemos disfrutado, entre otras, de Julio César , dirigida por Óscar Castillo, quien ahora vuelve al escenario después de 25 años; Romeo y Julieta , con una traducción de Joaquín Gutiérrez; Hamlet , dirigida por Juan Fernando Cerdas, con la novedad de que el papel protagónico lo hacía una mujer (ya lo había hecho, hace muchos años, la Divina Sarah Bernhardt), e, incluso, una comedia, El sueño de una noche de verano , muy bien dirigida por Luis Carlos Vásquez, con 40 actores y que llenó de magia y belleza el escenario.
Recuerdo también, con especial placer, la visita que nos hizo el gran director Peter Brook para presentar, con su compañía teatral francesa, Ubú rey , que todos los que asistieron a sus presentaciones disfrutaron enormemente, aunque no entendieran ni una sola palabra de ese idioma. Se aprovechó esa visita para estrenar en la Sala Garbo El rey Lear , dirigida por ese gran director en una versión austera, en blanco y negro, que ahora se considera un clásico de la cinematografía mundial.
La noche que asistí al Teatro de la Aduana, llegué con Ángela Eugenia, como siempre, media hora antes del inicio de la función, ya que tenía una cita con el director de la obra, Fabián Seles, que llegó con la puntualidad de un lord inglés, y, mientras los actores terminaban de maquillarse y de vestirse, hablamos del montaje.
“He tratado –me dijo– de crear, una vez más, el drama original, sin ningún cambio, sin ‘originalidades’, sin tratar de ser yo el autor de la obra”.
Le conté sobre la visita que nos hizo una vez una compañía de teatro español que presentó un Hamlet espernible, en el cual, en el segundo acto, cuando Polonio le pide al príncipe permiso para retirarse, este le contesta que no podría concederle nada con más placer, “excepto mi vida, mi vida”. Y el actor agregó: “La cual, como una flor, os la ofrendaría”.
“Nada de eso pasará aquí”, me dijo Fabián. “Esta es una obra clásica y debe ser respetada. Es clásica porque dijo algo importante en su tiempo y ahora, tantos años después, lo dice igual y lo seguirá diciendo en el futuro. Los problemas que presenta son los mismos que hoy tenemos. La temática es de gran actualidad porque hacia dónde vamos. Estamos creando un modelo de sociedad en la cual lo más importante son los intereses materiales”.
Como sucede con todas sus obras, Shakespeare tomó la historia de varias fuentes, sobre todo de la Historia Regum Britanniae , de Geoffrey of Mammouth. Además, se publicó anónimamente una obra teatral, con el título The True Chronicle History of King Lear , en el año 1605, o sea, dos años antes de que la publicara Shakespeare. Pero en esto, como en todas las obras del bardo inglés, el origen no tiene ninguna importancia, pues lo verdaderamente importante es la obra genial que este obtiene de crónicas o historias que nunca habrían perdurado.
La obra es tan amplia como la vida. Y en sus parlamentos caben todas las emociones: el odio, la intriga, las luchas, el amor de un padre por sus hijas, que, menos una, corresponden a ese amor con engaño y traición. La acción muestra también el gran error del rey, orgulloso, tiránico, soberbio, quien, de esta manera, se vuelve un personaje trágico en el mejor sentido de las tragedias griegas. Aunque no sean reyes, son muchas las personas que, aun hoy día, pueden experimentar situaciones similares a las que presenta esta tragedia. Shakespeare nos enseña que la culpa es dual, ya que el orgullo inicial y la autoridad sin límites del rey son, hasta cierto punto, las causas de su caída y cómo, al comprenderlo, Lear se vuelve más humilde, más humano y tiene un final trágico pero digno.
Ayuda mucho al éxito de esta obra el magnífico trabajo actoral de todo el elenco. Se nota la mano del buen director que es Fabián Seles. No sería justo mencionar a unos y no a otros, pero sí debo darle la bienvenida a Óscar Castillo, quien vuelve a actuar, y nada menos que en el papel protagónico, después de una ausencia de 25 años.