El éxito de Luis Guillermo Solís como candidato presidencial del PAC, al encabezar la primera ronda electoral en febrero y triunfar con enorme contundencia –y abstencionismo– en la segunda, de abril, ha marcado nuestra dinámica política e institucional en varios niveles:
Eliminó la posibilidad de que Liberación Nacional permaneciera en el poder por tres períodos consecutivos, coadyuvó a que aflorara una crisis en su seno y conjuró el espectro del continuismo.
Empujó al Frente Amplio a un tercer lugar en las votaciones, reflejo de que el electorado no estaba dispuesto a dar un riesgoso salto al vacío.
Permitió al Partido Acción Ciudadana estrenarse en la conducción del Ejecutivo, demostrar (o no) su capacidad de hacerlo y tener la posibilidad de consolidarse como principal fuerza alternativa al PLN.
Abrió un proceso de circulación de élites gubernamentales, siempre saludable para la democracia, al nombrar en los más altos cargos de mando al grupo más heterogéneo y novel de ministros y presidentes ejecutivos de las últimas décadas.
Como resultado adicional de la dinámica político-electoral, el PAC apenas logró elegir 13 de los 57 diputados y Liberación, 18. Estamos ante una Asamblea Legislativa particularmente fragmentada y sin claros centros de gravedad.
En general, ha ocurrido un importante reacomodo de fuerzas. Su impacto sobre Liberación y el Frente Amplio son hechos consumados, aunque es posible que remonten sus efectos. Tampoco puede desdeñarse la posibilidad de que una Unidad Social Cristiana, con nuevo –pero aún reducido– aire y dirigencia renovada, llegue a recomponerse con vigor. El Movimiento Libertario y demás partidos difícilmente saldrán de su carácter minoritario. Y siempre estará abierta la posibilidad de nuevas fuerzas, aunque el ambiente no parece, hoy, propicio para ellas.
Lo que no está consumado es el éxito final del PAC, su presidente y su equipo. Al contrario, se han abierto varias interrogantes al respecto, entre las cuales dos se perfilan con particular importancia: ¿cuán diestros serán, en lo político y administrativo, para desarrollar una acción de gobierno articulada, sensata, eficaz y –ojalá– también moderna, propositiva e innovadora?; ¿cuál síntesis de realidades y percepciones emergerá de la interacción durante los próximos cuatro años entre el Ejecutivo, los demás poderes, los partidos (incluyendo el suyo), la sociedad y las expectativas de los ciudadanos?
El equipo y el partido. El equipo de Solís se alimenta de tres conjuntos esenciales: académicos y profesionales con simpatías por el presidente y el PAC, pero sin militancia en la agrupación; miembros del partido vinculados con sus dimensiones legislativas, electorales, organizativas y –en menor medida–programáticas, y antiguos afiliados del PUSC.
De la anterior trilogía, solo los vástagos provenientes del socialcristianismo acumulan experiencia gubernamental y, por ende, destrezas adquiridas para asumir su ejercicio sin que medie un intenso proceso de aprendizaje, siempre sujeto a prueba y error.
En el presidente se conjugan características del primero y segundo conjunto. Como Ottón Solís, en el pasado integró el PLN y hasta fungió durante un brevísimo período como su secretario general. Sin embargo, no ha ocupado cargos de elección popular o dirección gubernamental. Su estreno en ambas categorías se produce en la más alta posición posible. Esto plantea un enorme reto.
La mezcla de inexperiencia y heterogeneidad es consustancial con el carácter aún incipiente del PAC como verdadero partido, pese a 14 años de existencia y haber sido capaz de quebrar, a partir de las elecciones del 2002, la estructura del bipartidismo.
Desde su conformación por un grupo de exdirigentes de Liberación, decepcionados por lo que calificaron entonces como su corrupción endémica, la gran idea-fuerza, y también la gran variable operativa del PAC, ha sido la lucha por la ética pública. El desproporcionado peso y particular manejo de este eje central, elevado a una dimensión casi teológica y particularmente inspirado por Ottón Solís, condujo a una actitud en extremo rígida. De ella emergió, incluso, un rechazo por los procesos internos, las estructuras organizativas y las transacciones usuales y necesarias en los partidos y la política.
Como resultados de esta abordaje, el PAC ha padecido de una débil organización interna, ausencia de claras vías para hacer “carrera” en la agrupación, frecuentes pugnas entre los “fundamentalistas” y los “flexibles”, y un peculiar temperamento opositor, que ha visto con suspicacia, e incluso desdén, sumirse, directa o indirectamente, en el ejercicio del poder. Así, se desarrolló más como movimiento que como partido. Usurpando la frase de un amigo, es un partido que ha tardado mucho en salir del clóset.
No extraña, entonces, que sus “cuadros” propios sean limitados e inexpertos; que la ruptura del histórico cordón umbilical con Ottón Solís haya resultado traumática; que el presidente no pueda mostrar una historia de militancia en sus filas; que haya decidido o tenido que incorporar en su equipo personas de diversos orígenes; que sectores duros de la “gente PAC” lo vean con injustificada hostilidad, y que todo esto se refleje en un turbulento inicio del Gobierno.
Los traspiés. Las tribulaciones, un tanto operáticas, han sido abundantes durante estos tres meses.
Un exitoso asesor de imagen y campaña es criticado ferozmente desde dentro –con razones válidas– y finalmente sacrificado en Zapote.
Una Asamblea Nacional del partido se transforma en un crisol de críticas al Gobierno. Su fracción legislativa entra en conflicto por un “préstamo” de plazas de asesores al PUSC, y se divide por un diputado cercano al presidente que, por falta de paciencia, fuerza su incorporación a ella.
Un abogado del PAC es, primero, cuestionado por sus caras e innecesarias gestiones durante la campaña y, luego, involucrado por la Caja en una causa penal. Un vicealcalde redacta un correo electrónico de forma que, según la interpretación –¿o imaginación?– de un receptor y dos periodistas, revela un “plan” para marginar a Ottón Solís del partido. La evidencia es muy débil; las explicaciones, también.
Tales actos, además, son amplificados por una curiosa imprudencia, impericia y hasta ingenuidad en las declaraciones de miembros de la fracción y el partido.
Las turbulencias, sin embargo, no solo se generan en el PAC; en buena parte, también emanan de Luis Guillermo Solís y su equipo. La curva de aprendizaje no ha aplanado aún su errática pendiente. “Bailar con ella” siempre es difícil.
Hasta ahora, el presidente no ha comunicado una visión articulada, coherente, clara y fundamentada sobre el curso del país. En su ausencia, la heterogeneidad de su equipo, que podría ser fuente de ideas múltiples e iniciativas novedosas, corre el riesgo de generar contradicciones estratégicas y, por supuesto, incertidumbre entre otros actores políticos, económicos y sociales.
Además, la inspiración inicial que suscitan los actos simbólicos con impacto mediático pueden degenerar en cinismo público, si no los suceden planes claros y realizaciones concretas. No basta con ser un presidente “alfa”.
Los pros y contras. Hay que tomar en cuenta que se han producido decisiones acertadas. Por ejemplo, hubo un buen manejo de la huelga de educadores, aunque nunca existirán soluciones perfectas a estos conflictos. Frente a los dirigentes sindicalistas y bananeros que desean frenar la nueva terminal de contenedores en Limón para mantener sus costosos privilegios, Solís ha respondido de manera firme, razonada y apegada a los intereses nacionales. No se percibe, al menos desde fuera, una generalizada actitud de vendetta contra funcionarios del Gobierno precedente; más bien, el presidente decidió nombrar como ministro a quien fungía como “vice” de Seguridad.
Sin embargo, la conducción ha sido poco clara en relación con las tarifas eléctricas, las políticas fiscal y laboral, la infraestructura, las concesiones, la agenda legislativa y las relaciones con las fracciones; ha generado dudas por la inseguridad jurídica que se asoma tras la eliminación de un veto de otro presidente, y ha sido contradictoria en el manejo de un segmento de la agenda pública particularmente sensible: preferencias sexuales, fecundidad y relaciones entre las iglesias y el poder civil.
Solís fue enfático, durante la campaña, en apoyar las uniones entre personas del mismo sexo, la separación entre religión y Estado y la fecundación in vitro . No es algo particularmente transgresor; al contrario, se trata de pasos mínimos para una sociedad tolerante como la nuestra. Sin embargo, su curso de acción va en otro sentido, con al menos dos consecuencias. Una es generar mayor duda sobre sus objetivos; la otra, marginar a una fuente de apoyo social y crear las condiciones para que el Frente Amplio se apropie de esa agenda.
Las opciones. No sabemos aún qué se propondrá hacer el presidente durante su anunciada comparecencia ante la Asamblea Legislativa a raíz de los primeros 100 días de Gobierno. Lo mejor, para él y el país, sería que explicara claramente el gran destino que se propone alcanzar, la hoja de ruta para llegar a él, y los procesos de negociación y decisión para cumplir con ella.
En la ejecución surgirán variables inesperadas que obligarán a corregir el rumbo. Pero una cosa es enmendar una ruta central existente y otra, muy distinta, carecer de ella, o sustituirla por un entramado de pequeños caminos desarticulados.
Las circunstancias de dispersión política y entrabamiento institucional que padece el país no son propicias. Pero dentro de ellas hay que trabajar, lo cual acrecienta la importancia del esfuerzo bien guiado y conducido. Ojalá, y de forma simultánea, pueda abrirse el camino para reformar o, al menos, aligerar, realinear y engrasar los intrincados engranajes de nuestro Estado.
El resultado de las acciones del presidente y el PAC, en interacción con otros focos de decisión, condicionarán, en buena medida, lo que ocurra con nuestro país. Pese al vigor, independencia, creatividad y fuerza generadora de nuestra sociedad, y a la decantada estabilidad de que disfrutamos, la buena gestión gubernamental, y las políticas que emanen de ella, son claves para el bienestar.
Además, el desempeño de Solís, su equipo y su partido incidirá de manera determinante en la credibilidad y decantación del PAC, en sus posibilidades de consolidación a largo plazo, y en el panorama político-electoral que comience a perfilarse y cuaje dentro de cuatro años. En esto, también, se juega el futuro de todos.